RINCÓN LITERARIO
Reseña: El Hombre
Guillermo Arriaga

Germán Palacio
MSc en Sociología Jurídica, University of Wisconsin-Madison. Doctor en Historia, Florida International University-Miami. Director del CEPAM. Último Libro: Fronteras y Horizontes de la Imaginación. Amazonia, vorágine y paraíso recuperado (2025).
Guillermo Arriaga. El Hombre. Alfaguara, Bogotá: 2025.
Esta última novela del gran escritor mexicano Guillermo Arriaga se centra en elaborar una “biografía” de un empresario y aventurero americano, llamado Henry Lloyd, quien, a punta de sangre y fuego, pero también de estrategia y comprensión de la psiquis de los humillados, logró construir un emporio durante el siglo XIX en el sur, en sentido amplio, de los Estados Unidos. Su vida entrelaza historias que se despliegan en varias partes de esa nación en formación, arrancando en Vermont, pasando por Nueva York, deteniéndose en Alabama, Texas y Nuevo México. La importancia del emporio empresarial que fundó no declinó con su muerte, sino que se transformó en un conglomerado, que ha dejado su impronta en la economía de los Estados Unidos, en la filantropía de Texas y todavía es protagonista del capitalismo americano en pleno siglo XXI.
Se trata de una “biografía” no convencional. Lo más importante, desde el punto de vista narrativo, no es que sea un trabajo dentro del campo de la historia empresarial, sino una biografía ficticia contada por una polifonía de narradores, por lo menos seis, con una técnica narrativa depurada y un detalle etnográfico ya probado en otras de sus novelas.
Esta historia singular no se entiende sin el contexto del siglo XIX en los Estados Unidos y su frontera sur: abarca los años de 1815 a 1891. Fue la época en que el presidente James Monroe formuló la doctrina de que América era sólo para ellos, desterrando las potencias coloniales, sustituyéndolas y apropiándose del nombre de América. Casi siempre hay que recordarle a quienes provienen de otros continentes que América es también Centroamérica y Suramérica. Y, que Norteamérica también es Canadá y México. Así como hoy en día Donald Trump se quiere apropiar del nombre del Golfo de México cambiándolo por Golfo de América (una triquiñuela a la que Google le hace el juego para no arriesgar otros negocios), un muchacho arriesgado en la novela, Jack Barley, se apropió del nombre de Henry Lloyd, para huir de su pasado y prosperar en la vida con una nueva identidad.
Es la misma época en que los indígenas de Norteamérica, apaches y comanches, los más mencionados en el libro, casi que empiezan a recordar, con nostalgia, la presencia colonial de ingleses, franceses y españoles cuando se encontraron con los despiadados americanos, quienes los arrinconaron, engañaron, expropiaron y masacraron durante el siglo XIX. Son los mismos tiempos en que los mexicanos vapulearon cada vez que pudieron a los apaches y se enfrentaron con unos angelitos blancos con tendencias esclavistas, recién invitados por el gobierno mexicano, pero quienes declararon la independencia de Texas, le hicieron la guerra con éxito a los mexicanos y les dieron en toditita su pinche madre, antes de afiliarse a la Unión Americana.
Es el mismo siglo XIX, cuando al tiempo que se construyó la Nación, se erigieron las bases del imperio americano que desembocó en la hegemonía de los Estados Unidos en la segunda parte del siglo XX, pero que ahora se enfrenta al reto de un mundo multipolar que tiene a China como más probable competidor. Fue la época también que un cambio de nacionalidad basado en modificaciones territoriales dejó a un grupo mexicanos de la frontera sin identidad clara ya que quedaron localizados al norte del río Bravo cuando por los errores del ejército mexicano, México perdió la mitad de su territorio con los avezados aventureros tejanos. En esa convulsionada época, el Norte, liderado por Abraham Lincoln y el Sur Confederado y secesionista, dejó a Texas como un bravío territorio de frontera y en disputa, donde Henry Lloyd con un ejército de libertos negros acabaron con los arrogantes y déspotas hacendados mexicanos, forjando una alianza con los más humillados campesinos sin tierra ofendidos por los grandes rancheros. En ese bizarro juego de alianzas improbables hasta hace poco, encontraron algunos de los de abajo, desposeídos por los mandamases mexicanos, la hora del desquite.
Culmina este siglo con el enseñoramiento de unos famosos Robber Barons (barones rateros), les llaman los historiadores en Estados Unidos, despiadados empresarios que, a fines del siglo XIX, amasaron fortunas utilizando todo tipo de métodos y técnicas inescrupulosas y violentas. Algunos de los más reconocidos son el petrolero John D. Rockefeller; el acerero, Andrew Carnegie; el ferrocarrilero Cornelius Vanderbilt; y el líder del sector financiero, J.P. Morgan. Existen otros magnates menos reconocidos, pero vale la pena recordar a uno originario del estado de Vermont, James Fisk y a John Warne Gates, originario de Chicago, acerero y petrolero, presidente la Texaco. Los menciono porque no es fácil identificar a Henry Lloyd con una figura específica, pero bien podría ser una combinación de alguno de ellos o una mezcla de sus características le han servido de inspiración al autor del libro.
Esa época fue nombrada en la historia de los Estados Unidos como The Gilded Age, La Edad Dorada, un período histórico que sirve de fuente de inspiración para el actual presidente de los Estados Unidos. No necesariamente todos deben concordar, pero hacer América Grandiosa de Nuevo (Make America Great Again: MAGA) tiene afinidad con esta época dorada de empresarios despiadados y sin reglas.
Arriaga cuenta la historia de la infancia de Jack Barley, cuando todavía no se llamaba Henry Lloyd; sigue con las movidas de Lloyd, quien acrecentó su fortuna con un talento aprendido en varias experiencias previas y gracias a la confianza que obtuvo del padre de su esposa, una sureña heredera de una gran fortuna. Ella sobrevivió a la guerra civil de secesión de la década de 1860, mantuvo su plantación y lo acompañó en sus últimos días hasta su muerte, a pesar de que él se divorció un par de décadas antes, cuando quedó establecido que ella no podía tener hijos.
Otras voces también están presentes. Este es el caso de un chico mexicano, un huérfano que inicia su vida como mexicano, pero en el transcurso de la historia se vuelve tex-mex, por el capricho de mapas redibujados. Rodrigo Sánchez se llamaba y vivía ofendido hasta los tuétanos por su abuelo, a quien odiaba, después de que éste se empeñara en denigrar de su madre, sin revelarle quién fue su verdadero padre. Una cuarta voz es la de un esclavo quien, de manera bizarra, como un perro fiel, acompañó a Lloyd hasta el final de sus días, ejecutó sus más escalofriantes órdenes y tuvo el honor de compartir la madre de sus hijos con una esclava de nombre Jade; suena raro, pero es así. Además, le añade complejidad a la biografía, la historia narrada por otro esclavo que cuenta la vicisitudes de los capturados en África y que fueron transportados a América, y quien aprendió el inglés hasta lograr la perfección de un filólogo para poder navegar con destreza por los intríngulis de su condición de sujeción; finalmente, otra voz, es la de uno de sus herederos tataranietos, quien en 2024 en conversaciones y pesquisas con un distinguido académico ayudan a descifrar y desnudar la historia sanguinaria de su tatarabuelo, investido de un aura de benefactor: Henry Lloyd VI.
La bio inicia en 1815, cuando Jack tenía once años, pero la historia transcurre durante el siglo XIX, con capítulos marcados como 1887, año de su muerte, 1881 y 1892. Algunas de las claves de esa intrincada historia solo se develan en 2024 por el trabajo académico de su riguroso y distinguido biógrafo. Los capítulos están marcados con estas fechas que le permiten al lector diferenciar a los distintos narradores.
Henry Lloyd, el protagonista, logró formar una dinastía muy poderosa y el autor del libro muestra contundentemente que la historia de las fortunas de los Estados Unidos está construida de manera sanguinaria, que se ha basado en la conversión de humanos en bestias, en pillaje, en asesinatos y saqueos. Escrúpulos no es una cualidad que los acompañó. No sólo nos cuenta Guillermo Arriaga la historia, sino que se engolosina en los aspectos más crueles de esa realidad de conquista de la frontera. Como producto de todos estos ingredientes fue fabricado y erigido el progreso y el capitalismo americano, gracias a un genio, despojado de piedad.
De lo dicho anteriormente, sólo cabe aclarar que Jack Barley, el nombre verdadero del empresario Lloyd, era originario de Vermont, un estado rural y pleno de bosques y expertos cazadores que colinda con Canadá. Jack desde muy pequeño tuvo que enfrentar el matoneo de unos chicos mayores, con tan mala suerte para ellos que no contaban con que Jack, si bien pobre, hijo de madre soltera, en una época que esta condición era definitiva en el honor de las personas, era un muchacho audaz, decidido y brutal, pero no carente de refinada inteligencia. Le llegó el día que no se pudo contener más y con un cuchillo de cocina, a los matones enfrentó, de modo que ellos se encontraron con su destino fatal.
Desde entonces, se despliega la historia de un fugitivo que tiene que huir del lugar de los acontecimientos, pero también de su propio nombre, para lograr evadir autoridades y deudos, hasta convertirse de una manera bizarra en otro personaje al cual le roba el nombre: Henry Lloyd. Esta biografía pretende descifrar las hazañas de un exitoso empresario, un protagonista camuflado en un nombre timado.
Si la conquista y apropiación de frontera del sur de los Estados Unidos es tan despiada, como la esclavitud misma, Arriaga tiene un gusto hiperrealista por la violencia y un talento inigualable para contarla. En comparación, nuestras historias de milicos, paracos, guerrillos, masacres, desapariciones y falsos positivos de la segunda parte del siglo XX y el cambio de siglo, parecen cuentos pálidos de amateurs de violencia cuando se comparan con los que ocurren en esta época y nos narra Arriaga. Sin exagerar. A veces me pregunto, por qué los colombianos piensan que son los más violentos del mundo habiendo tantos ejemplos para contar: la autodestrucción de Europa en la primera parte del siglo XX y el holocausto judío, por ejemplo. Para no recurrir a la historia sino a nuestro presente, baste citar el holocausto palestino, perpetrado por la derecha despiadada que conduce los derroteros del estado de Israel. Ejemplos hay muchos, sin necesidad de ir muy atrás en la historia de la humanidad y esta historia de Arriaga es, sin duda, escalofriante.
Cada capítulo es corto, rápido y contundente. Uno reconoce a quien habla porque el capítulo está encabezado por una fecha. No es de esos libros que uno tiene que dejar en algún punto al azar porque a uno se le cansaron los ojos o la mamá lo llamó uno a comer. El separador de capítulos se puede dejar sin problema en puntos que terminan historias cortas. Sin embargo, esas historias se pueden leer a saltos. Así me pasó a mí en un punto, porque una de esas historias estaba tan buena que me tocó saltar al año correspondiente porque el capítulo terminó en clímax y no quería perderme lo que iba a pasar o esperar a llegar a ese momento. No es que recomiende que el lector haga eso, sino que soy un poco indisciplinado y la paciencia no es mi fuerte. Los lectores bien portaditos o más bien nerdos pueden leerlo de corrido sin saltarse capítulos y sin necesidad de avanzar capítulos y luego regresar y retomar. Otros, quizás, escojan un camino de lectura diferente o desordenen el libro de otra manera. Podríamos darle crédito al autor de que su libro se pueda leer en secuencias diferentes a gusto del lector.
Arriaga nos tiene acostumbrados a historias violentas y lo hace muy bien, de manera muy vívida. Su capacidad de entretejer historias, de combinar y tramar diferentes puntos de vista, de caracterizar personajes y de reconstruir paisajes es admirable. Hay dos aspectos, en torno a su visión implícita que me dejan un poco circunspecto.
Primero, incitado por una intuición, releí la reseña que hice sobre su novela Salvar el fuego y me encontré con lo siguiente: “José Cuauhtémoc (el protagonista de la historia) no era un personaje particularmente malo: sólo particularmente determinado, intimidante para los hombres y brutalmente seductor y atractivo para las mujeres.” Resulta que un lector desprevenido podría pensar que Henry Lloyd tiene parecido en este aspecto con José Cuautémoc, así las historias sean diferentes y transcurran en distintas épocas. Un sustrato machista fuerte les cabe a los protagonistas de estas historias de Arriaga. Unos personajes que logran que sus mujeres mueran de amor, no simplemente platónico, porque ellos están imbuidos de fuerzas sexo-telúricas. No así las mujeres.
Parece como si Guillermo Arriaga siguiera otro patrón que hace admirables o palatables a dos personajes tan diferentes. Este es el caso de un mexicano mestizo de origen indígena y madre española, en Salvar el Fuego con un anglosajón americano, en El Hombre. Mi hipótesis es que podría no ser casualidad y que existen otros patrones implícitos. Por ejemplo, Rodrigo Sánchez, el tex-mex que se alía con Henry Lloyd para eliminar los hacendados mexicanos en el territorio de Texas también fue un parricida, al igual que José Cuautémoc. Éste, quemó a su padre, literalmente, convirtiéndolo en un pedazo de carbón. Aquel no hizo lo mismo, pero cuando lean el libro les sugiero que hagan el parangón.
Otro tema curioso que requiere de más reflexión es que si bien Arriaga es crudo y cruel mostrando el alma despiadada del capitalismo americano sobre el cual se fundó el progreso en ese país, en lo cual creo que acierta, desnudando la hipocresía del sueño americano, genera al mismo tiempo una visión desalentada y sin esperanza en relación con los débiles. Esto no permite reconocer no simplemente las luchas, sino los logros de los de abajo, de los vencidos, que resistieron a los victoriosos de arriba y eso incluye a los herederos de la esclavitud, vistos como pobres sin mucho espíritu. Es decir, Arraiga narra desde el poder, pero no desde las victorias, así sean pequeñas de los sometidos y sobrevivientes, sino sólo desde su derrota. No siempre porque a veces los equipara en su crueldad a los vencedores de la historia como el caso de su mano derecha el esclavo Jeremiah; de resto, los narra desde su, desaliento y resignación.
El título del libro podría confundir: El Hombre, en mayúscula. Como hemos visto, el personaje protagonista es hombre en el sentido masculino o machista del término. ¿Por qué darle semejante centralidad a un hombre, particularmente hoy cuando la diversidad se bate en retirada contra las fuerzas masculinas evidentemente lideradas por Trump y Putin, por sólo mencionar dos nombres ilustres? ¿Por qué hacer eso, cuando empiezan a proliferar en las redes sociales las visiones que hacen parte de la “man”-osfera, el contragolpe masculino a los avances feministas? En todo caso, el Hombre en mayúscula se refiere normalmente a esa denominación filosófica que lo considera un ser racional con capacidad de autoconciencia y autoperfeccionamiento moral, nada de lo cual se nota en el hombre que representa Henry Lloyd. Podría ser, entonces, un título irónico.
Evidentemente, nada de las suspicacias anteriores desdicen de la brillante y talentosa capacidad de escritor de Guillermo Arriaga, ni de la manera fascinante que despliega sus historias polifónicas; no me cabe la menor duda que esos relatos trastornarán e intoxicarán al lector. Por lo demás, sale más barato y es menos peligroso leer que requerir drogas ilícitas para sentir el vértigo y la emoción patológica que provoca la lectura de este libro. Tampoco me confiaría ni dejaría de lado, por si se ofrece, tener en la mesa de noche unos calmantes

Guillermo Arriaga. El Hombre. Alfaguara, Bogotá: 2025.
Reseña elaborada por Germán A. Palacio, director Centro de Pensamiento Amazonias
Sin Inteligencia Artificial (SIA)
Libro muy conmovedor
Y a la vez preocupante
Excelente reseña cargada se humor.