RINCÓN LITERARIO

Reseña "Mal de amores"
Ángeles Mastretta

German Alfonso Palacio Castañeda

Germán Palacio

Director CEPAM

Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM.

Ángeles Mastretta. Mal de amores (Casanova y Lynch Agencia Literaria, Primera Edición 1995) (Editorial Planeta, Buenos Aires, 2012).

Esta historia inicia a fines del siglo XIX con un personaje yucateco, Diego Saurit, en la época en que Yucatán, particularmente Quintana Roo era una frontera de expansión para el estado mexicano. Allí floreció una de las civilizaciones más espléndidas que la humanidad haya conocido, los mayas. Diego, librepensador y botánico, junto con quien será su esposa Josefa Veytia, más poblana que el sabroso y memorable mole del mismo nombre, son los padres de la protagonista de la novela. Se casaron en la benemérita, muy noble y conventual ciudad de Puebla y pasaron más de una década felices en un bien avenido matrimonio hasta cuando la política y las desavenencias con el presidente reelegido permanentemente, Porfirio Díaz, empezaron a difundirse e instalarse en las casas y rincones de la ciudad poniendo patas arriba la tranquilidad de los hogares. La estabilidad política se hizo cada vez más insostenible y la represión y la dictadura envuelta en elecciones fraudulentas terminaron por arrastrar sin remedio a todos los personajes de la novela.

Emilia, la cría proveniente de la unión de Diego y Josefa se convertirá en la protagonista de la novela. Educada por su padre en el conocimiento de plantas y de fármacos, poco a poco, y a través de Octavio Cuenca, médico de profesión y uno de los mejores amigos de su padre, logra formarse, explorar y ejercitarse también en los intríngulis de las ciencias de la salud. Estos años juveniles le van a servir de base para convertirse en una habilidosa practicante de las artes y ciencias de la sanación, sin nunca obtener un título oficial, a pesar de sus prácticas y pasantías en alguna universidad distinguida de los Estados Unidos. Era una época en la que tal vez no se había disociado del todo el conocimiento científico biomédico de los saberes históricos, como la celebrada Herbolaria de Indias de Nicolás Molardes, y los saberes populares y ancestrales eran prácticas comunes. Pero la práctica académica definitiva va a ocurrir en medio de los desastres de la Revolución Mexicana ya que allí donde va, siguiendo a Daniel Cuenca, su mal de amor, el motivo de sus trasnochos, le permite convertirse en una localmente reconocida enfermera, médica y cirujana de heridos de guerra, sin más necesidad de publicidad que el método no comercial boca-a-boca de sus pacientes.

Eso en cuanto a la superación por parte de Emilia de los prejuicios que hicieron de la medicina por mucho tiempo una práctica masculina. Atrás iba a quedar el conocimiento arcano de las brujas, pero el de las parteras y sanadoras populares e indígenas sobrevivía en ese México profundo. El conocimiento que tiene estatus, sin embargo, es el masculino, de los médicos. Si ella pudo solventar con creces el desafío de cuidar y hacer sanar, más arduo de superar para ella fueron los estereotipos amorosos. Pero lo intentó con todas sus fuerzas y con determinación por todo el tiempo vertiginoso de la Revolución Mexicana.

En medio de los avatares del preludio y los comienzos de la Revolución, Emilia se resiste a ser desposada por razones de conveniencia, en contraste con su querida mejor amiga Soledad, hija de otra distinguida familia y quien se casa con un vástago de una de las más ricas de Puebla y de todo el país. Evidentemente, el padre de Emilia, Diego Saurit, librepensador y notable botánico y farmacéuta, la secunda siempre en sus aspiraciones. Esto no deja de sorprender ya que, en esa sociedad, al tiempo conservadora, pero convulsionada, sus padres, inclusive su madre, parecen aceptar sin mayores remordimientos o contradicciones internas a Daniel Cuenca, hijo del médico que entrenó a Emilia, como amante en su propia casa. Para despejar las dudas aceptan también su unión marital de hecho acogiendo su relación no convencional bajo su propio techo. Alguien podría decir que se adelantaron a su tiempo o que, quizás los tiempos revolucionarios pusieron patas arriba las convicciones de las elites de la sociedad poblana. Ambas cosas podrían ser, pero suena rara la situación y un poco exagerada la amplitud cultural de los padres en ese contexto conservador de principios de siglo, tratándose de su hija del alma. Podría ser, pero un lector suspicaz podría sentir esta situación un poco rara.

Daniel es la causa del mal de amores de Emilia, un avezado joven político comprometido con las banderas de la Revolución, al comienzo bajo el liderazgo de Francisco Madero, y quien aglutina por un tiempo decisivo a las fuerzas antirreeleccionistas. Daniel, va a considerar a Emilia su esposa, pero eso no le impide dejarse arrastrar por la ventolera del cambio sociopolítico y agarrar los vaivenes revolucionarios cuando su alma no le cabe en el cuerpo, dejando a Emilia esperándolo cada vez que se le pega la gana. Muy conveniente, pero no tanto para Emilia, quien marcha tras de él, inclusive cuando pareciera haber encontrado otro amor más apacible, sosegado y estable en otro joven médico guapo y librepensador, Antonio Zavalza, sobrino del rancio arzobispo de Puebla. Emilia, a quien el amor por Daniel la desborda, tampoco le cabe el alma en el cuerpo. Tienen eso en común: él, por la política; ella por el amor. Por eso, Emilia no deja de ir tras él, a pesar de su espíritu poco convencional. Sólo hasta el final deja de ir por Daniel, porque él volverá cuando las circunstancias se apaciguan y cuando él deja de deambular porque amaina el desorden revolucionario y, por sustracción de materia, Daniel acaba instalándose de nuevo en Puebla.

Entretanto ocurre algo insólito: el distinguido médico Zavalza permanece como si nada, impertérrito en materia de celos, una especie de comprensión incondicional, casi inhumana: pudiera ser, pero suena raro, no tan convincente, creo yo. No recuerdo haber leído sino un comentario leve que no clasifica ni en queja, pero nunca una amenaza a Emilia, algo que le haga entender que aquí Antonio pinta la raya, ni que no me vuelva a dejar o vas a ver…

Cuando terminé de leer El amor en los tiempos del cólera, a fines del siglo XX, pensé que era la mejor telenovela jamás escrita. Lo digo porque esta de Mastretta me produjo una sensación similar de telenovela, con un eje común, una historia de amor, pero con notables diferencias de género: García Márquez no puede evitar un sustrato masculino y caribeño en su narración, al igual que esta historia y seguramente otras de la Mastretta, evidentemente se cubren de un manto, un leitmotiv, femenino. Pero son telenovelas en el sentido que los personajes son un tanto estereotipados, cada cual, desde su lado de amor romántico machista, el uno, y su antídoto feminista, la otra.

Antes de ser crucificado, eventualmente con la razón que puede mover a públicos comprometidos con estos deslumbrantes escritores, debo decir que lo anterior merece otra breve explicación. Aunque la Mastretta es una consumada narradora, a ratos se siente el toque que han llamado de realismo mágico que García Márquez puso de moda desde la década de 1960: deducir cosas asombrosas o extraordinarias de circunstancias aparentemente cotidianas, pero hacerlo con tono poético. Por ejemplo, cuando los Saurit, es decir los padres de Emilia la llevaban de visita apenas con tres meses, ella “no hacía más gracias que sonreír y mover” sus piernitas, de donde su padre colige que ella lo que tiene es un “desmesurado gusto por la vida” (p. 33). O, como cuando la díscola tía Milagros la vio llegar muy chiquita a su casa en exagerado traje dominguero, lo que la hacía parecer una muñeca, logró “atisbar en sus ojos de almendra oscura que su ahijada no conocería jamás la delicia de ser inocente” (p.52). What…?

Evidentemente nuestro tiempo exige encontrar y visibilizar figuras femeninas en historias que han sido narradas como historias de hombres, caudillos, generales, héroes y antihéroes masculinos. Es claro que Frida Kahlo, nacida apenas en 1910, la fecha de inicio de la Revolución, va a ocupar el espacio simbólico de esta reivindicación muchas décadas después. Esta historia de la Mastretta arranca desde los años del Porfiriato de fines del siglo XIX hasta que la situación de don Porfirio es insostenible y cede el paso a Francisco Madero y Victoriano Huerta; a los legendarios Francisco Villa y Emiliano Zapata y concluye con la llegada de Álvaro Obregón, todos asesinados. Curiosamente, la Constitución Mexicana de 1917 pasa desapercibida de modo que la revolución como hito socio político que marca la historia latinoamericana es poco rescatada en la novela y cede el paso a los vaivenes de los males de amores de la historia cotidiana de Emilia.

Para mantener la coherencia de la causa femenina, hubiera deseado saber que la Emilia postrevolucionaria se va a convertir en una muy destacada científica o médica practicante y que no abandonó sus estudios porque habría sido reivindicada esa figura femenina en este otro mundo dominado casi exclusivamente por hombres. Pero ese no fue el final que escogió la Mastretta, sino dejó relegada a Emilia a una relación dual con el casi perfecto e inhumano Antonio Zavalza y el típico galán de telenovela Daniel, quien cuando no gana, ¡arrebata!

Ángeles Mastretta. Mal de amores (Casanova y Lynch Agencia Literaria, Primera Edición 1995) (Editorial Planeta, Buenos Aires, 2012).

Reseña de: Germán Palacio, Profesor Titular, Universidad Nacional de Colombia

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