Reseña «Al Diablo La Maldita Primavera» Alfonso Sánchez Baute

Germán Palacio

Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia Sede Amazonia.

Director CEPAM

Alfonso Sánchez Baute, Al Diablo La Maldita Primavera, Ed DEBOLSILLO, 2003, 2017. Reseña: Germán Palacio

Al Diablo La Maldita Primavera describe la vida azarosa y tragicómica de travestis en la Bogotá localizada en el centro del altiplano andino colombiano que dejó de ser fría. Evidentemente, no me refiero sólo a un tema de cambio climático y elevación de la temperatura, sino de cambio socio-cultural y sexual.

El proceso de nacionalización de Bogotá fue acelerado desde la segunda parte del siglo XX, y los rolos se vieron rodeados e influidos por el resto del país, no sólo de la región andina sino también de otras partes del territorio nacional. La invasión de la música costeña que sustituyó a los bambucos y otros aires andinos es prueba, por ejemplo, de que el Caribe también penetró en la antes llamada “nevera” como se le decía desde la provincia templada y caliente a Bogotá. Pero esta nacionalización fue también transformada por procesos de globalización de las dos últimas décadas del siglo XX, lo que permite encontrar la vida urbana compleja desde el punto de vista no sólo de la composición de la Nación en la capital, sino de género. No es tanto que Bogotá sea igual que la opulenta y cosmopolita San Francisco, sino que, evidentemente la explosión de la diversidad sexual ha irrumpido en la ciudad como lo describe muy bien esta novela publicada a comienzos del siglo XXI.

En efecto, la antigua Bogotá intramontana ha cambiado, pero no se puede reducir a una ciudad global cualquiera, porque perderíamos parte del encanto nacional y del terruño, por lo cual es importante resaltar las ideas de diferencia y diversidad. En ese sentido la idea de ciudad glocal, esa fricción entre lo global y lo local, la misma que requiere la rueda que necesita del pavimento para echar a andar, o como la fricción entre el fósforo y la lija que produce la chispa del cerillo, como lo propone la antropóloga Anna Tsing.

Así, la novela nos permite examinar, a la luz de esa glocalidad, la diversidad sexual que se despliega en las aventuras de un costeño, para más precisión, un vallenato que descubre la rumba bogotana nocturna. Es la libertad que le ofrece a capitalinos y, específicamente a provincianos, la oportunidad de ser ellos mismos distanciados de sus restricciones étnicas o culturales, cosa que no necesariamente podría ocurrir en su propia ciudad de origen, como lo describe el desparpajado relato de cotorras de salón de belleza que desparrama Edwin Rodríguez, el refinado protagonista y drag queen de la novela. Para Edwin, estar en Bogotá es dar un salto alto y largo hacia las Grandes Ligas, un paso intermedio en el camino hacia el centro del mundo trans, la Gran Manzana, lugar al que llega y goza, pero regresa por esa nostalgia del terruño y de la cristalización del amor felino, elusivo e inalcanzable que se reduce a mininos, pero que siempre pretende alcanzar el nivel real del león, estereotipo derivado de la heráldica aristocrática europea sobre la fauna silvestre.

Edwin es un maestro del lenguaje coloquial, pero leyéndolo, inclusive en voz baja, se siente estar escuchando una chismografía picaresca y deliciosa. Es lenguaje oral puesto por escrito.Este estilo de verbo de pasillo no nos debe llevar a pensar que el autor no haya hecho una investigación seria y no tenga conocimiento detallado de la rumba en la ciudad que, a pesar de su ligereza farandulera está salpicado por reflexiones a profundad del sentir de una población marginalizada, discriminada y perseguida cruelmente por la sociedad heterosexual que la domina.  

La honestidad y crudeza sin pelos del protagonista requiere de reciprocidad del comentarista. Aunque yo me reconozca como heterosexual, no quiere decir que no pueda comprender las pasiones irrefrenables de la protagonista. Esta actitud se podría derivar de mis convicciones de librepensador. En cambio, sí debo aseverar que su conocimiento profundo de la psiquis transvesti*, tal como la describe y despliega en una cháchara seminal que derrama a borbotones está atiborrada de sentimientos mezquinos, envidiosos y competitivos hacia sus congéneros y eso es algo que no deja de chocarme a mí y, seguramente, a otros lectores.

Su narrativa no tiene moral, y no sé si contribuya a la construcción de la comunidad LGBTQ o a la reducción de la discriminación contra esta comunidad. Se trata de un personaje cínico, desde el punto de vista de los valores, alguien que se porta mal sin avergonzarse o disimularlo, no por el hecho de ser trans, sino por su filosofía, su estilo de vida, que bien podría ser el de otra persona con otra orientación sexual.

La soledad desgarrada de Edwin sólo puede ser resuelta en el encuentro con un amor improbable y profundo, en una temporada de florecimiento como lo es la primavera. Proviene, claro, de un sueño erótico, como dice la canción interpretada por la mexicana Yuri, pero, primero, la primavera pasa ligera y “me hace daño solo a mí”; y segundo, “pasa ligera y me maldice sólo a mí”. Por eso el título de la novela, al diablo la maldita primavera, una de las canciones que podrían estar en lo alto del escalafón de la música de planchar.

Si ésta es una novela cínica, es paradójicamente romántica en el sentido clásico. Quiero resaltar ese sentido porque nos hemos acostumbrado a que el drama y desgarramiento en las telenovelas románticas, sobra decir, se resuelve con un final feliz. Pues no, no debe ser así. Recordemos a una de nuestras clásicas: La María. Efraín regresa corriendo de Europa, llega a Buenaventura, trepa en un ascenso desesperante por el río Dagua y llega finalmente a la Hacienda El Paraíso, cuando ya no hay nada que hacer: María ha muerto. Y, eso le pasa a Edwin, que cuando pensó que había encontrado a su felino mayor, un extraño golpe de fortuna le hunde nuevamente en la soledad y la destrucción de su sueño erótico y mítico.

Podríamos pensar que la cháchara de la novela es parte de la superficialidad del personaje. Esto no es así: en realidad el cotorreo de Edwin refleja un pensamiento profundo, psicosociológico y cultural en las urbes contemporáneas. El autor es un importante periodista y abogado. Alfonso Sánchez Baute fue columnista de El Espectador y actualmente de El Heraldo de Barranquilla. Si su narrativa no es muy edificante, en cambio refleja una investigación profunda de la población trans y, en ese sentido, nos permite aproximar mejor en el conocimiento de la diversidad sexual que se expresa en este mundo contemporáneo. Por algo ganó el Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá.

Una última reflexión de luces y sombras que me inspiró un comentario de mi mujer, Ana María: el predominio y visibilidad del conflicto armado del contexto colombiano, que sólo muy marginalmente se ve reflejado en la novela, ha ocultado estos dramas cotidianos, la persecución a poblaciones marginales y discriminadas urbanas. Igualmente, otros conflictos desgarradores que poca importancia pública logran, por lo que se mantienen en la sombra, incluidos los de la violencia intrafamiliar, son opacados por el conflicto armado que posee mucho más pedigree político, intelectual y público. Así que lograr la Paz, clamada por la mayoría del pueblo colombiano, con la excepción de aquellos que quieren hacer “trizas la paz”, debe dar paso a resolver otros problemas aplazados, opacados y subordinados.  O, ¿alguien me podría decir que el cotorreo morboso y coqueto de Edwin Rodríguez no refleja unas relaciones sexuales desgarradoramente violentas?

Alfonso Sánchez Baute, Al Diablo La Maldita Primavera, Ed Debolsillo, 2003, 2017.

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