Reseña «El tercer paraíso» Cristian Alarcón

Germán Palacio

Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia Sede Amazonia.

Director CEPAM

Cristian Alarcón. El Tercer Paraíso (Bogotá: Penguin Random House, 2022) Reseña de Germán Palacio.

Por mucho tiempo seguiremos escribiendo cómo, la combinación entre la Pandemia y la Cuarentena pusieron patas arriba nuestras vidas y cuáles han sido los efectos temporales y perdurables de ese cambio. En efecto, es importante distinguir entre la enfermedad de origen zoonótico, el Covid 19, y las decisiones políticas para enfrentarla, es decir, la cuarentena. Siendo la cuarentena el marco de confinamiento impuesto por las autoridades, unos armaron rompecabezas, otros hicieron clubs de lectura, otros se dedicaron a la gastronomía, muchos recuperaron el tiempo de la música, otros re-encontraron las conversaciones conyugales y familiares y hubo tiempos de solidaridades alimentarias. Algunos no aguantaron el encierro y salieron a rumbear, particularmente algunos jóvenes que fueron acusados de malhechores desobedientes, muchos nos chocamos con el trabajo en línea, al principio, y luego descubrimos que era mejor que lanzarse al caos urbano día a día. Las necesidades alimenticias urbanas fueron, con base en el trabajo de la gente del campo y las redes de distribución, en buena medida, resueltas por guerreros urbanos montados en bicicleta con trabajos domiciliarios.

En el caso de esta novela, el protagonista de raíces chilenas y campesinas, en medio de un confinamiento relativo, redirige y combina su oficio de escritor, re-enfocando sus energías hacia la elaboración de un jardín en las afueras de Buenos Aires, dentro de un container, en una zona de interfase entre la ciudad y el campo, siendo parte de una experiencia de cambio de fin de siglo que los sociólogos contemporáneos han tratado de capturar con la categoría de nuevas ruralidades.

La experiencia de inventar un jardín, en una tierrita semirural, implicó recuperar para el protagonista una historia que se retrotrae a abuelos y bisabuelos que vivieron en un paisaje semi inhóspito en la Patagonia. No todos deben estar de acuerdo con esta afirmación, particularmente, los mapuches o araucanos, esos indígenas del sur de Chile y parte de Argentina, que han vivido en unas tierras que les han tratado de arrebatar desde fines de tiempos coloniales, a través de misiones, primero, y después con expediciones militares. El nombre corto del poblado es Daglipulli, derivado de la Misión de Nuestra Señora del Rosario de Daglipulli.  Muchos de habitantes originarios de la Patagonia han sido empujados más hacia el sur y todavía defienden su territorio, un paisaje afectivo, frente a un estado y una sociedad chilena que posa de civilizada, pero no reconoce su pulsión etnocida. Para nosotros la Patagonia la mencionamos cuando hablamos del fin del mundo. Nadia, la madre del protagonista también tiene la misma idea: todo le parecía “el fin del mundo” (pag 76).

La novela, de un género poco ortodoxo y fragmentario, registra marginalmente algo que quisiera subrayar: la presencia de Arcelia, una mujer mapuche, reconocida de manera bizarra y misteriosa como una más de esas a las que, parafraseando al autor, les cambiaron de nombres, cuando niñas eran regaladas a patrones de fundos, fueron desplazadas y casadas con hombres que no amaron. Arcelia, sin embargo, recolectaba murtas que almacenaba en su pollera en expediciones a los cerros vecinos, y cuando regresaba a casa “las murtas caían como si ella misma fuera un arbusto repleto de frutas maduras” (p. 47-48).

La novela está organizada en tres apartados llamados Primero, Segundo y Tercer Jardín. Las remembranzas se encadenan con la elaboración de su propio jardín de pandemia. El primero, lo retrotrae a Daglipulli, donde el protagonista aprendió a “cultivar, regar, podar y cosechar flores” (pg. 15). Construir un jardín es para él acercarse al paraíso. Sin embargo, esta interacción entre su propia obra y sus memorias está mediado, en la medida que avanza la novela, con lecturas de científicos naturalistas y enseñanzas de cultos y hasta refinados jardineros. También toma clases de jardinería y hace esfuerzos autodidactas a través de Instagram. Contrasta su idea de jardín con el de la abuela y decide separar las zanahorias y plantas comestibles de las flores, es decir, separa la huerta de las flores. Se fascina, al igual que la abuela con las dalias, pero sus lecturas le enseñan que, a pesar del gusto inglés que nació en el siglo XVIII por estas hermosas y espléndidas flores, ellas son de origen mexicano. Reconoce, al final de la sección del primer jardín que “fue formateado para apreciar la belleza inglesa” y agrega que, todavía su “deconstrucción botánica es precaria”. (Pg. 100).

En consecuencia, la sección del segundo jardín apunta a esta deconstrucción botánica a través de la lectura de padres de la biología moderna, entre los cuales descolla el fundador de la taxonomía, de origen sueco, Carlos Linneo y su Systema naturae. Igualmente, resalta la historia de Alexander von Humboldt, el grandioso viajero, naturalista e inventor de la gloria de los trópicos, joven aristócrata prusiano, quien no sólo le proporcionó al mundo de su época un deslumbrante trabajo científico, sino que le obsequió a los patriotas, entre ellos, Simón Bolívar, un modelo de naturaleza tropical que podía rivalizar con las obras refinadas y grandiosas de los europeos en una confrontación bélica, pero también ideológica contra el colonialismo. Desde entonces, los patriotas podrán contra-argumentar frente a la soberbia imperial, que la naturaleza tropical rivaliza y opaca en su majestuosidad los palacios y catedrales europeos. La cita de la autora Mary Louise Pratt y su brillante libro Ojos Imperiales es la mejor prueba de que su deconstrucción avanza políticamente, mostrando cómo el sistema de clasificación de Linneo acaba con el conocimiento y la práctica de la vida campesina de América e inclusive de Europa. (pg. 143). Podría quizás decirse que, el Segundo Jardín consiste en esta deconstrucción de sus ideas pre-formateadas por la estética inglesa. Es un jardín imaginario.

El segundo paraíso concluye con lo siguiente: “El pulso de Humboldt se desbocó al conocer al más guapo de los jóvenes ecuatorianos, Carlos Montúfar, quien se transformó en su nueva obsesión”. (Pg. 208) En cambio, a pesar de que Francisco José de Caldas compartió con Humboldt generosamente su sofisticado conocimiento sobre tierras ecuatoriales, y de su deseo ardiente de sumarse a Humboldt, éste no lo acogió en sus expediciones científicas. Así, la deconstrucción botánica del protagonista revela otro aspecto significativo, pero íntimo: su vecina le ha comentado que su primer jardín es muy masculino, cuando hay varios indicios que conducen a pensar que él es gay. Es una toma de conciencia que lo incita, en el tercer paraíso, a redefinir su idea de hacer un jardín que no sea tan masculino, “en su modo primitivo, propiedad individual, posesión y cercado”. Con estas herramientas iluminadoras, avanza con nuevas ideas de jardín que le permiten recuperar inclusive la belleza de jardines silvestres que crecen longitudinalmente, sin ayuda especial al lado de muros de adobe. Sin embargo, probablemente, las ideas de Jardín en Movimiento y Jardín Planetario de Gilles Clement (Pg. 264), un sofisticado paisajista francés, quien nos llama la atención sobre que los humanos somos jardineros, que trabajamos en jardines no estáticos, permitiendo que las plantas no seleccionadas y, por decirlo así, las malas yerbas, se rediseñen actuando conjuntamente con el resto, acoplando las ideas de globalización en la dinámica de la biodiversidad planetaria. Igualmente, abre las puertas al jardinero consciente a apreciar las huertas orgánicas, comida, plantas y flores entremezcladas, que creería que semeja, así no sea igual, a la huerta de su abuela, un jardín campesino.

El libro abre y cierra en un cementerio, otro tipo de jardín, a la muerte del abuelo Elías en el costado chileno de la cordillera de los Andes. Aunque admira este jardín, extraña su propio paraíso, el que ha construido a las afueras de Buenos Aires, al lado de su galpón convertido en oficina, alimentando su pasión botánica que fue posible gracias a la pandemia y comprendiendo que los paisajes son territorios de afecto.

Tengo la impresión de que se trata de una novela experimental en medio de tiempos improbables, inciertos y desconocidos que nos obligó a improvisar. Duda el lector sobre quiénes son los protagonistas: ¿las historias de los humanos o las de los jardines? A veces parece que la vida de los agentes humanos está inmersa en la historia de los jardines y por eso la trayectoria de los protagonistas es ardua de reconstruir y, quizás no importe tanto. Seguramente, los expertos en armar rompecabezas u organizar cubos rubik puedan trazar su trayectoria genealógica mejor que yo, aunque creo que no importe demasiado porque el libro es fragmentario y el autor no parece tener mucha compasión con las confusiones que se le puedan presentar al lector desprevenido.

Aunque el protagonista tiene su sello ambiental y considera que su jardín y el jardín planetario es un paraíso, difícilmente podríamos pensar que podría pasar de ingenuo. Si podría caer en una idea de naturaleza romantizada, tiene el antídoto adecuado para evitar semejante unidimensionalidad porque conoce la Patagonia de primera mano y desde su infancia sabe de lo agreste que puede ser y de lo implacable que soplan los vientos. Igualmente, no puede olvidar los tsunamis, terremotos e incendios, una naturaleza cruel, que trastornaron toda la vida de su familia y antepasados, mientras escribe en medio de la pandemia, que algunos perciben como una revancha de la naturaleza frente a los excesos, ambición y arrogancia de los humanos.

Como el protagonista es de origen chileno, pero vive entre Argentina y Chile, física o imaginariamente, esta novela, a pesar de más de medio siglo de distancia de una canción famosa, nos induce a recordar “nos late el corazón”, así no cantemos con chicha o con vino, sino con guaro o con ron, que “cuando pa´ Chile nos vamos” “entre cerros y quebradas”, no tenemos más remedio que saber que “esa es la vida del arriero” y también del jardinero: “penitas en el camino y risa al fin del sendero”.  

Cristian Alarcón. El Tercer Paraíso (Bogotá: Penguin Random House, 2022)

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