RINCÓN LITERARIO

Reseña “Dispara, yo ya estoy muerto” Julia Navarro

German Alfonso Palacio Castañeda

Germán Palacio

Director CEPAM

Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM y del Centro de Investigaciones Amazónicas, IMANI.

Julia Navarro. Dispara, yo ya estoy muerto. Barcelona, Penguin Random House, 2016. Reseña de: Germán Palacio

Esta novela de Julia Navarro, la ya muy reconocida periodista política que hizo su tránsito profesional hacia narrativas literarias, fue publicada inicialmente en 2013 por Plaza y Janés.  En Dispara, yo ya estoy muerto, esta escritora nos cuenta las vicisitudes de una familia judía, la de Samuel Zucker, entrelazada con una musulmana, la de Ahmed Zaid. Aunque su punto de arranque narrativo tiene lugar en el siglo XXI, en el contexto de la agresiva política de asentamientos judíos en territorios palestinos, el drama se cuenta con densidad histórica, retrotrayéndose más de una centuria, por lo cual los personajes entretejen sus vidas en un escenario que se remonta a fines del siglo XIX. Su argumento central es el siguiente: la comprensión profunda del conflicto árabe-israelí cambia cuando su fecha de inicio es datada en 1948 o cuando nos remontamos a fines del siglo XIX. En el primer caso, la razón parece estar del lado palestino; en cambio, es mucho menos concluyente, mucho más complejo, en el segundo caso. Así, ambos puntos de vista tienen sus razones potentes.

En su primer capítulo que se narra desde Jerusalén, una activista de una Organización No Gubernamental, Marian Miller, cuya tarea es escribir un reporte sobre la política de asentamientos judíos, tiene que entrevistar a un beligerante líder militar de esa política del estado de Israel, Aaron Zucker, quien infortunadamente para ella está asistiendo a una reunión en la Universidad de Columbia en los Estados Unidos. La Miller debe elaborar un reporte entrevistando tanto a palestinos, como a su contraparte judía, para esclarecer con mayor neutralidad la situación conflictiva. Conseguir la cita no fue fácil para alguien que, según dice el facilitador de la entrevista, vive de los buenos sentimientos del resto del mundo, aunque ella lo vea de otro modo: presta un servicio a los que viven de la mala conciencia de los demás.

Ante la falta de Aaron, Marian se ve obligada a entrevistar a su padre Ezequiel Zucker, un anciano muy curtido, más de lo que Marian pudo sospechar al principio, un poco decepcionada por no poder entrevistar a un halcón de las fuerzas de seguridad de Israel y tener que contentarse con una paloma, como es Ezequiel. De hecho, la entrevista tiene un comienzo áspero que, quizás Aaron no hubiera aceptado porque la Miller le dice a Ezequiel que “desde 1948, miles de palestinos han tenido que abandonar sus hogares y se han visto despojados de sus casas, de sus tierras”. A lo cual Ezequiel responde, sin parpadear, “que la política de asentamientos no es algo caprichoso, sino que se trata de nuestra seguridad”. Ante una acusación certera o impertinente, dependiendo del punto de vista, Ezequiel le contradice a Marian diciéndole que “los que ella llama terroristas son gente que defiende su derecho a vivir en el pueblo donde han nacido.”

Ezequiel narra la historia que tiene a su padre, Samuel Zucker, como protagonista de la mayor parte de la novela. Si bien Marian, con un estilo retrechero, tiene pocas esperanzas de obtener muy buena información, poco a poco su opinión va cambiando cuando el anciano la va introduciendo a una compleja historia que arranca con el destierro de judíos polacos y rusos a fines del siglo XIX, por políticas discriminatorias y terribles masacres conocidas como pogromos, particularmente en la Rusia zarista. Pero toda esta filigrana de información viene acompañada de la invitación a un intercambio de perspectivas contrapuestas. Deslumbrada Marian por la rica e interesante información del anciano, accede a responder en especie de la misma manera.

En la medida que la detallada y compleja historia de Samuel, padre de Ezequiel, va fascinando a Marian, el plan inicial de atenerse exclusivamente a los hechos que atañen al reporte debe reconsiderarlo, por lo se va tejiendo un compromiso entre Ezequiel y Marian para que cada uno de ellos vaya narrando, el uno, la historia judía y, la otra, la palestina, que se supone que Marian ha recogido independientemente en otras entrevistas.

Aunque Ezequiel conoce buena parte de la realidad que narran los palestinos ya que ha convivido con ellos, la autora presenta la historia como si hubiera equivalencia en la información, lo cual no es así por lo ya dicho, debido a que Marian procede a presentar la historia, como se la contó Wädi Zaid, el nieto de Ahmed, gran amigo de Samuel. Se trata de un intercambio de historias que obliga a Marian a alejarse de su propósito profesional inicial, lo que tiende a descolocar a sus jefes, quienes perciben un involucramiento personal indeseable para la neutralidad del reporte, por lo que tienen que apremiarla para que termine el informe cuya entrega ella va aplazando en la medida que se fascina con la historia.   

A la luz de la novela, se podría decir que la historia de esos judíos es más cosmopolita que la de los palestinos. Los primeros se mueven entre Polonia y San Petersburgo, pero huyen a París, aprovechando que son comerciantes y regresan hasta que deciden irse hacia la Tierra Prometida desembarcando en el puerto de Jaffa, lo que entrelaza su historia con la de los palestinos. La de los palestinos, en contraste, está más confinada al dominio del imperio otomano que desde mediados del siglo XIV han derrotado al imperio bizantino, cambiado el nombre de la histórica ciudad de Constantinopla y Bizancio por Estambul, y bloqueado el paso hacia las riquezas de oriente a los europeos, particularmente a los comerciantes de las ciudades de la península itálica. Ellos, muy a su pesar, deben voltear sus ojos hacia occidente y convencer a los reyes católicos para que les financien un nuevo camino a oriente atravesando el Océano Atlántico, lo que los condujo a toparse con el Nuevo Mundo, que hoy conocemos como América. Quién lo dijera: ¡los resultados impensados de la historia!

La narrativa de la Navarro es tan extensa como las de los clásicos rusos Tolstoi y Dostoievski, lo que nos obliga a resumir más de lo que quisiéramos, haciendo corta una historia larga. A la llegada de Samuel a Palestina, antes de la Primera Guerra Mundial, que hace parte del imperio Otomano y tomando en cuenta que los señores de estas tierras son turcos, encuentra que Ahmed Zaid solo administra una cantera y unas tierras pedregosas, sin que logren sacar demasiados réditos y sin título de propiedad.

Eventualmente, los dueños de esas tierras exigen más de sus usufructuarios, quienes se ven a gatas para cumplir con los compromisos impuestos por los señores feudales turcos, de modo que cuando van a ser expulsados, Samuel y otros compradores adquieren esos predios. Samuel, quien viene de la experiencia colectivista y socialista rusa, piensa que no debe expulsar a Ahmed, por lo que lo mantiene como administrador y decide organizar la “Huerta de la Esperanza”, en lo que quizás Marx hubiera menospreciado como una experiencia de socialismo utópico en contraste con el socialismo científico. Samuel promete a Ahmed que nunca lo va a echar y reconoce verbalmente que tiene derechos sobre esas tierras; y cumple su palabra.

Así, se entreteje una relación de amistad entrañable y respetuosa entre Samuel, judío, y Ahmed, palestino, una historia que amarrará emocionalmente, de manera recíproca, a esos judíos recién llegados y a palestinos. Esas historias están plagadas de afectos, pero también de desencuentros, siendo el más desolador el de Marinna con Mohamed quienes se enamoran sin poder casarse por la fuerza de las distancias marcadas por costumbres ancestrales y orígenes religiosos. Da la impresión que estos amarres son más profundos por tradicionales para los palestinos y menos para algunos de los judíos fuertemente influenciados por su experiencia colectivista rusa, de un lado, y cosmopolita, de otro.

Las historias se entrecruzan históricamente, en el contexto de la Primera y Segunda Guerra Mundial con acontecimientos conocidos, pasando por el derrumbe del dominio otomano después de la Primera Guerra mundial debido a su alianza con Alemania, lo que da lugar a subsiguiente intromisión colonial tanto de Gran Bretaña como de Francia, quienes llenan el vacío del colapso turco. De un lado, los árabes ensueñan la invención de una gran nación y, de otro, los judíos, imaginan una tierra libre de persecuciones, un regreso feliz a su tierra ancestral. Sin embargo, los modelos de la tozuda imaginación política, los van llevando, poco a poco e irremediablemente, a una confrontación armada.

Inicialmente existe la idea que es posible una gran nación árabe que acoja a los judíos, de un lado o, al contrario, la división de Palestina entre judíos y árabes, algo que se revela inaceptable para los palestinos. La consecuencia es bien conocida, después de la derrota de Alemania, el holocausto en la Segunda Guerra Mundial, que tiene como consecuencia que nuevos judíos errantes emigren a Palestina y que las potencias que se autodenominan eufemísticamente como “comunidad internacional”, no estén dispuestas a aceptar de buen agrado, ni Francia, ni Gran Bretaña, ni Estados Unidos, masivas cantidades de migrantes o sólo en proporciones manejables. La consecuencia es que no queda otro camino que la confrontación al final de la Segunda Guerra Mundial debido a las decisiones de partición de Palestina amparadas bajo el paraguas de Naciones Unidas.

No me detengo en los detalles que son de conocimiento público y fáciles de recapitular, pero lo cierto es que el resultado ha marcado el desarrollo de un conflicto que ha copado la atención mundial, particularmente desde el momento en que los árabes son derrotados en la fulminante Guerra de los Seis Días de junio de 1967. Se trata de una historia de disputas, sin fin, entre judíos y palestinos, enredados en medio de un tortuoso y oscuro camino sin luz al final de túnel. Para los palestinos, los judíos invadieron sus tierras; para los judíos, sólo están regresando a sus tierras ancestrales, después de una diáspora milenaria hartos de ser perseguidos, sin patria donde refugiarse.

Si bien la historia podría ser mejor conocida para árabes y judíos, así como para otros protagonistas en Oriente, en Europa y Estados Unidos, nuestro conocimiento latinoamericano es sesgado por información incompleta o distorsionada en medio de intereses internacionales, por lo cual esta novela nos ofrece la oportunidad de conocer una historia fascinante, compleja y truculenta, una obligación, si se quiere comprender un conflicto que ha ocupado la atención mundial por muchas décadas.

Parece que a la autora no le hace mucha gracia ser clasificada como escritora de novela histórica, pero sin duda, a algunos lectores como es mi caso, nos ayuda a entender este conflicto con mayor seriedad y profundidad, sin pretender, en ningún caso, que es la última palabra en un conflicto tan intrincado. La historia contada desde 1948, se ve de otra manera cuando se remonta a fines del siglo XIX. Evidentemente, a veces son mejores las historias literarias que la historia seca, rellena de datos y aburrida, así que deberíamos agradecer a la autora por iniciarnos a comprender este complejo conflicto.

Esta novela que está plagada de suspenso, dramas amorosos insolubles y política internacional enrevesada, a veces extravía a los lectores en sus 900 páginas ya que algunos capítulos casi que conforman novelas en sí mismos. Por ejemplo, hay capítulos que tienen más de 100 páginas, entre ellos el segundo, San Petesburgo-París; el undécimo, “La tragedia”, el décimo tercero, “Los años del oprobio”, que tiene 183 páginas y el capítulo décimo cuarto, de 115 páginas. Esta extensión en algunos casos es injustificada, desde mi punto de vista, ya que nos rememora, por ejemplo, las trágicas historias del holocausto que ya han sido contadas brillantemente por muchos autores, historias que no por escalofriantes deben ser repetidas de manera tan extensa porque no le añade nada; nada que no haya sido ya ampliamente divulgado. Si la trama entreteje la historia intrincada de judíos y palestinos, ese capítulo se engolosina en la experiencia de campos de concentración, lo que desvía la atención del lector.

De hecho, observo algunos problemas narrativos que quisiera mencionar, sin demeritar para nada este monumental trabajo. Dejando de lado la extensión innecesaria de algunos capítulos, el mecanismo narrativo es cuestionable o dudoso si miramos más de cerca o con detalle. Como la mayor extensión de los capítulos tiene lugar como narraciones que hace el anciano Ezequiel, quien está a punto de morir a Marian, es casi imposible creer en la continuidad oral de cada capítulo en términos físicos. Leer en voz alta cada página lleva 8 minutos, por lo que un capítulo de 100 páginas lleva 800 minutos, lo que implica una conversación de más de 13 horas continuas. El capítulo décimo tercero tendría más de 20 horas sin descanso. Todos los que hemos hecho entrevistas sabemos el alto grado de dificultad.  

Es cierto que el final es sorprendente, lo que habla muy bien de las habilidades literarias de la escritora, pero al mismo tiempo hace la historia en su conjunto un poco mañosa: a pesar de que la autora nos presenta con profundidad a los personajes centrales, por ejemplo, Samuel o Ezequiel, no hace lo propio con Marian y sólo descubrimos que Marian Miller, quien es americana, es también descendiente de la familia palestina Zaid, en las últimas páginas del libro, por lo cual la autora logra la sorpresa a punta de la ausencia de caracterización del personaje. Es más fácil creer que, si la historia hubiera entrelazado a Marian con Aaron, líder de los asentamientos judíos, Marian hubiera querido asesinar a quien es perpetrador de una política que los palestinos consideran terrorista y que los ha conducido a arrinconarlos en su propia patria. Pero como la historia entrelaza a Marian con el buenazo de Ezequiel, es muy difícil creer que alguien quisiera dispararle a este anciano y dulce personaje que está a punto de morir. 

La frase lapidaria de Mohamed Zaid, abuelo de Marian, que reza que “la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando”, es difícil de aplicar al final de la novela, a menos que pensemos que Marian sea sólo una palestina despiadada, lo cual destrozaría la neutralidad narrativa, indispensable en el análisis de este conflicto reconstruido por la fascinante trama elaborada por Julia Navarro.

Dispara, yo ya estoy muerto

Julia Navarro. Dispara, yo ya estoy muerto. Barcelona, Penguin Random House, 2016.

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