Diplomado La paz no tiene tregua.
Aproximaciones críticas al informe de la Comisión de la Verdad
Memorias sesión 11, 4 noviembre, 2022
La sesión estuvo dedicada a la lectura y reflexión colectiva del volumen No es un mal menor. Niñas, niños y adolescentes en el conflicto armado, con la participación de la profesora de la Universidad Javeriana Maritza Ruiz, la abogada Hilda Molano Casas de la Coalición COALICO y el profesor Juan Pablo Aranguren de la Universidad de los Andes.
El texto del volumen está acompañado de videos y audios que narran violencias vividas por niñas, niños y adolescentes, mostrando además las afectaciones que sufrieron diversos espacios escolares en variados lugares del país.
Para la elaboración de este volumen, la Comisión recolectó más de 2000 testimonios de personas que relataron algún tipo de violencia contra niñas, niños y adolescentes en el conflicto armado y recibió 140 informes y 75 casos de organizaciones, entidades públicas, universidades y personas que han tratado los impactos sobre la niñez y la adolescencia durante el conflicto armado.
En el proceso se reconoció un enorme subregistro de las violencias vividas por las niñas, niños, adolescentes, lo que subraya la enorme invisibilidad de esta población como sujetos de derechos y víctimas del conflicto, así como el nulo reconocimiento de los daños por parte de los responsables, del Estado y de la sociedad en su conjunto.
En el volumen se enfatiza como en Colombia, muchos niñas, niños y adolescentes viven en precarias condiciones y tienen grandes dificultades para el goce efectivo de sus derechos, palpables en situaciones como el hambre, la desnutrición, las intermitencias en la escolaridad y el maltrato en sus hogares. Situaciones que el conflicto armado exacerbó, al tiempo que los hizo vulnerables a nuevas violencias, poniendo en riesgo su vida por las confrontaciones, la exposición al reclutamiento, a la violencia sexual y trabajos forzados y que, como nos dice la Comisión, tuvieron impactos diferenciales para las niñas y las jóvenes, así como para quienes provenían de comunidades étnicas.
Una cuestión en la que insiste el volumen son las experiencias de ausencia y orfandad que han afectado a las niñas, niños y adolescentes de Colombia durante décadas de conflicto armado, principalmente en los casos de desaparición forzada, secuestro y asesinato de sus genitores, las militancias en grupos armados o en los ejércitos oficiales de los padres, los reclutamientos que ellos mismos vivieron siendo menores de edad. Ausencias y orfandades que además les implicaron asumir roles en los que vieron vulnerados sus derechos, teniendo que trabajar en condiciones indignas y de explotación y viviendo diversos desplazamientos, sin que hubiera siempre acompañamiento y atención por parte de las instituciones del Estado.
La estructura del volumen se divide en 5 capítulos. Vale la pena evidenciar que, a diferencia de los otros tomos ya leídos, la narrativa de este texto se sustenta en algunas historias de vida y desde ahí van hilando las temáticas tratadas. Tenemos así, en el primer apartado, la historia de Olga María, Juan David y Juana Valentina que muestran las diferentes formas en que la orfandad y la ausencia se vivieron a raíz del conflicto armado.
El segundo capítulo ahonda sobre el desplazamiento forzado a través de la trayectoria de vida de María Victoria.
El tercer apartado, desde la historia de Juan Francisco, narra la violencia
contra niñas, niños y adolescentes en el contexto de la escuela.
El cuarto apartado tiene como protagonista a Esperanza y otras voces que permiten comprender la experiencia de las niñas, niños y adolescentes reclutados y utilizados por los distintos grupos armados.
El quinto apartado se dedica a las formas en que las niñas, niños y adolescentes afrontaron y resistieron las violencias vividas, desde el arte, la música, la espiritualidad y los procesos organizativos.
Reflexiones acerca del volumen
Maritza Ruíz leyó el volumen de infancia, junto con el étnico, pues su trabajo investigativo se ha concentrado en las infancias indígenas. Y quiso de hecho reiterar en las infancias, pues para ella, no se puede hablar de una sola infancia, como hace el volumen, sino de las diversas formas que hay para entenderla. Ruíz se interrogó por la magnitud de esas violencias y consideró en su respuesta al menos tres cuestiones. La primera, es que se trata de más de tres generaciones de niñas, niños y adolescentes que han vivido el conflicto armado en el país, siendo de más larga trayectoria las que han vivido las infancias de los pueblos indígenas vinculadas a violencias estructurales como el colonialismo y el racismo. La segunda, es la gran invisibilización de las ausencias y orfandades en el país. La tercera es la poca atención que se le ha dado a las percepciones que las niñas, niños y jóvenes tienen de la guerra, y por eso vale la pena celebrar que en su página web la Comisión haya creado un glosario hecho por niñas, niños y adolescentes para expresar desde sus sentidos las violencias vividas.
Maritza reiteró que los daños que han sufrido los indígenas han sido individuales, colectivos y territoriales. Este último es particularmente importante en relación con la infancia pues para algunos pueblos, como el Baniwa del Vaupés, la conformación del ser viene de los ancestros que habitan el territorio. La guerra, al invadir y afectar los territorios, afecta directamente a los ancestros y a esa conformación del ser.
De la misma manera, Ruíz llamó la atención sobre el hecho que los niños tuvieron que vivir cosas muy difíciles a edades muy tempranas, edades en las que se constituyen las confianzas. En el ámbito emocional esos daños son inconmensurables, hay preguntas y sufrimientos que se heredan.
Lo que sucede antes de los 5 años de vida, no es consciente, se manifiesta posteriormente en rabias y tristezas. En los casos de los niños indígenas las prácticas chamánicas o la educación propia son recursos fundamentales para la reposición y recomposición del ser. Atenciones que, por ejemplo, en los programas de Estado no son tomadas en consideración para superar esa asimetría psicosocial, uno de los puntos que aborda la Comisión en sus Recomendaciones.
Hilda Molano quiso iniciar su intervención, recalcando la importancia de que la Comisión hubiera dedicado un capítulo del informe a las infancias, eso constituyó un paso enorme considerando el enorme subregistro existente sobre casos de dinámicas de violencias vividas por las niñas, niños y jóvenes. Un trabajo realizado conjuntamente con organizaciones e instituciones que ya venían trabajando la cuestión de infancias y conflicto.
Para Molano, fue importante que la Comisión llamará la atención sobre las afectaciones particulares que han vivido las infancias en el país, violencias como el perder la vida, las desapariciones de sus padres, los reclutamientos y desplazamientos. Pero, sobre todo, para ella, fue muy importante que se visibilizarán las afectaciones relacionadas con las ausencias y las orfandades silenciadas por décadas de conflicto.
Celebró, además, que el volumen hubiera contemplado lo que sucedió en las escuelas, toda una comunidad educativa que no pudo seguir haciendo presencia en tantos territorios. Lo que nos interroga directamente a todos como sociedad, sobre lo que hicimos o no hicimos para evitar que esas situaciones ocurrieran o que se repitieran con tanta sistematicidad.
En el debate se discutió sobre las afectaciones causadas por la fuerza pública sobre las infancias, a lo que Hilda contestó que esto se dio sobre todo en manera de ocupación de escuelas, militarización de la vida cotidiana, acciones de inteligencia con niños que hacían parte de grupos armados, las batidas para llevar jóvenes a prestar el servicio militar.
Así mismo, se indagó sobre las prácticas chamánicas y su relación con terapias psicológicas, en modo que éstas puedan dialogar.
Se consideró además que faltó corporizar más esas violencias en el volumen, huellas que dejaron lesiones de manera permanente en forma de discapacidades o dificultades emocionales. El volumen abre en ese sentido un camino para seguir entendiendo la corporeidad de esas afectaciones a nivel psicológico. El cuerpo violado, sumiso, silenciado, herido, crea corporeidades y formas de habitarse, una cuestión que debe seguir siendo profundizada en línea también de concebir procesos de construcción de paz.
En la introducción del segundo segmento, John Jairo Cárdenas, insistió nuevamente en el punto de lo que se entiende por infancia, pues la atención sobre las afectaciones físicas y emocionales de los niños es un asunto reciente, no hasta hace mucho, o no en todos los contextos, las niñas, niños y jóvenes eran considerados como sujetos de derechos. Y eso es un punto importante para entender la forma como fue producido el volumen No es un mal menor, es necesario evidenciar desde dónde la Comisión concibe la noción de infancia.
Y es precisamente desde allí, que, Juan Pablo Aranguren, empezó su lectura crítica del volumen, subrayando como éste se sustenta desde el derecho para definir la niñez, lo que, si bien es comprensible por el carácter del documento, pero que no deja de ser problemático considerando que la niñez no ha sido la misma en distintos períodos históricos.
En el volumen, continuó Aranguren, hay una generalización de la niñez, desde una óptica muy contemporánea, que nos lleva a pensar la niñez solo como protección, cuando no ha sido siempre así.
La niñez en Colombia también ha sido la que ha vivido el niño combatiente, afirmó Aranguren, y no obstante eso, el volumen insiste en afirmar en la idea de que la niñez se pierde en la guerra. Para él, eso no es así, pues si bien se trata de infancias difíciles, son siempre modos de infancia. Siendo así, hubiera sido interesante que el volumen explorara esa niñez en la guerra desde las mismas niñas, niños y adolescentes, entendiendo lo que para ellos significó vivir su infancia en la guerra. Los testimonios que están en el texto, vienen sobre todo de adultos que siendo niños sufrieron el conflicto, pero no hay voces de niños hablando de sus experiencias y eso cambia mucho la percepción sobre las cosas, pues no es lo mismo hablar de la guerra siendo niño, que de adulto recordando lo que vivió cuando era niño.
Para Juan Pablo, los testimonios que privilegia el volumen tienen que ver con un problema de fondo relacionado con el tipo de narrativas que han sido habilitadas para hablar de la guerra en el país y que comúnmente se afirman en modo binario entre guerra y paz, niñez y adultez, combatiente y no combatiente. Para él, hay más interrelaciones en medio y mucho más complejas, como las situaciones en que las mismas familias entregaron sus hijos a los grupos armados, o los mismos niños, niñas y jóvenes que se incorporaron a filas guerrilleras o paramilitares porque allí encontraron cosas que ni sus familias ni el Estado les garantizaron. Y el volumen, según Aranguren, no avanza mucho en el análisis de dichas complejidades.
Siendo un volumen que se centra en las experiencias de las infancias, dijo Aranguren, nos toca a todas y todos, todos fuimos niños y tenemos algo que contar al respecto. Desde esa perspectiva, valdría la pena indagar más por las afectaciones intergeneracionales y transgeneracionales del conflicto, y no solo en la vía de abuelos, padres e hijos, sino al contrario, sobre cómo fueron afectadas madres, padres, abuelos al perder hijos e hijas, nietos. Se trata de horizontes vitales atravesados totalmente por la guerra.
Aranguren consideró interesante que el volumen insistiera en el reconocimiento de las ausencias y orfandades en las infancias que ha creado la guerra, en clave de poder posibilitar procesos luctuosos, de poder elaborar los duelos sobre lo que significó perder seres queridos, perder animales, objetos, perder el entorno mismo.
El apartado dedicado a la violencia en las escuelas y entornos educativos, observó Juan Pablo, fue el mejor desarrollado, revelando cómo los maestros y maestras fueron los primeros contenedores psicosociales de las niñas, niños y jóvenes en el país.
El reto de la salud mental en Colombia es grande, advirtió Juan Pablo, se requerirán diversas generaciones para poder darle un lugar a esas experiencias de la guerra y permitir relacionarnos con ellas sin tanto dolor.
En el debate se ahondó sobre esa necesidad de hacer duelo en Colombia, tanta gente no ha podido hacerlo como proceso transformativo del dolor. Seguramente en el país hay un gran déficit de políticas públicas que generen espacios de conversación y narración colectiva del conflicto, a lo que se suma el carente servicio de salud.
No todo podía ser dicho en el marco de la Comisión de la Verdad, agregó Aranguren, por lo que habrá que crear otros espacios de enunciación donde también estén y participen aquellos que no parecen interesarse en estos temas, aquellos que no se siente mínimamente involucrados.