Abordamos en la sesión el volumen titulado: Sufrir la guerra y rehacer la vida. Impactos, afrontamientos y resistencias, que describe los impactos, afrontamientos y resistencias al conflicto armado interno en Colombia. En la lectura colectiva y reflexiva del texto nos acompañaron la profesora de la Universidad Nacional, Alejandra Tapia, el investigador del CESPRA, Luis Miguel Camargo, la investigadora Laura Lema del Institut pour la Paix, el investigador Ronald Villamil del Centro Nacional de Memoria Histórica y Luis Fernando Álvarez de la asociación ASOVISNA de víctimas y sobrevivientes del Nordeste Antioqueño.
La Comisión presenta este texto como una historia de dolor y terror, pero también de luces y esperanza; una doble historia que define la misma estructura del texto en dos partes, la primera dedicada a los daños e impactos y la segunda a las acciones para defender la vida.
Los daños contemplados en el volumen cuentan historias sobre cómo el conflicto ha perjudicado personas, comunidades, colectivos organizados, ha afectado a la misma democracia, a las prácticas culturales, a la naturaleza.
Algunas personas y/o colectividades han vivido un gran cumulo de impactos: daños físicos, corporales, psicológicos, materiales que dejan huellas profundas y duraderas y que incluso trascienden en el tiempo impactando a varias generaciones. Para la Comisión, la intensidad de dichos daños depende de las características de las personas y comunidades violentadas, de los recursos culturales, espirituales, económicos y sociales con los que cuentan, pero también de la respuesta social e institucional desplegada frente a la violencia. Si hay apoyo, protección, atención y solidaridad, los daños e impactos son menos nocivos; por el contrario, éstos se agravan, si las víctimas reciben rechazo, indiferencia, estigmatización y culpabilización.
Las resistencias abordadas en el volumen permiten reconocer igualmente que las personas y las comunidades, a pesar del sufrimiento, de la desprotección, de la amenaza y del riesgo,
interpelaron los órdenes autoritarios y desplegaron acciones contrarias a la violencia para el cuidado y defensa de la vida y la construcción de paz en el país.
Lectura colectiva
En su intervención, Alejandra Tapia quiso enfatizar en la idea de que es necesario una perspectiva diferente para entender la salud mental en el marco del conflicto armado, privilegiando miradas que no se queden en los sujetos enfermos, sino en cómo los lazos sociales también están enfermos. Una cuestión que el volumen aborda y que lo hace valioso pues da pistas sobre como las personas, los colectivos, las comunidades actuaron para reparar los lazos quebrados por la guerra.
Desde su experiencia de investigación con familiares de personas desaparecidas, Tapia recalca en la importancia psicoanalítica del poder hacer duelos. Para ella, el hecho que la Comisión haya dedicado un volumen para explorar las maneras en que la gente ha tramitado traumas y dolores, es importante para enfatizar los necesarios espacios de duelos individuales y colectivos. Ese es el caso de las acciones que hacen familiares de personas desaparecidas que se resisten a que ellos queden en el olvido y en variados modos intentan darles un lugar en la memoria, en los afectos, volverles a dar una identidad.
Alejandra consideró que el volumen logró ampliar el análisis de las afectaciones más allá del plano subjetivo, para comprender los daños también en las esferas sociales, colectivas, territoriales y en cómo la gente, las colectividades, construyeron prácticas para rehacer la vida. Para ella insistir en ese punto es fundamental, pues es muy importante en los procesos traumáticos resaltar lo que hicieron los sujetos para salir adelante.
Ahora bien, agregó Tapia, así como nombrar el horror, narrar lo vivido es importante en términos terapéuticos, lo es también considerar el silencio. Y quizás aquí el volumen se quedó corto, pues se sustenta en lo dicho en los testimonios, pero ¿cómo comportarse ante las cosas no dichas, ante los silencios, con quienes no pudieron o no quisieron testimoniar? De esto no hay nada en el volumen; la Comisión no reflexionó sobre esto en su trabajo, lo que hubiera sido interesante, pues, según Tapia, no todo tiene que ser testimoniable. Son perspectivas de análisis en las que es necesario seguir trabajando, reafirmando que no todo se puede decir, o que no es necesario seguir insistiendo en los relatos de la violencia sino en aquellos que reafirman los proyectos de vida que la gente ha logrado hacer y rehacer en medio a tantas adversidades.
Luis Miguel Camargo quiso iniciar su presentación haciendo una reflexión sobre lo que significa hacer crítica del informe de la Comisión. Una crítica que para él está interesada en considerar los diversos alcances del informe, considerando sus condiciones de producción, la participación de las víctimas y las lecturas que de éste se pueden hacer siendo uno de los primeros informes de Comisión de la Verdad que se hacen en el país.
Su lectura crítica del volumen, desde la perspectiva de la salud, empezó por evidenciar que allí aparece una definición amplia del daño, que, deja por fuera las afectaciones producidas por la inequidad radicada en el país. Es decir, si bien logra considerar las afectaciones más allá de lo subjetivo, considerando daños al territorio, a la naturaleza, a los procesos colectivos, no logra articular lo vivido en el contexto del conflicto armado con las otras violencias que permean a la sociedad colombiana, como por ejemplo el hecho de que la salud no sea un derecho garantizado, o que haya tanta precariedad estatal, o la pervivencia del racismo, el patriarcado y el colonialismo. Además, agregó Camargo, el volumen, al no tener ningún marco temporal, no permite distinguir lo que sucedió en términos de afectaciones a la salud individual y colectiva en los primeros años del conflicto, con lo que ocurrió en momentos posteriores.
Para Camargo, igualmente, hay una debilidad en el volumen cuando se presentan las formas como la gente respondió a la guerra. Para él, no se trata de decir que la gente tiene agencia, sino que es necesario profundizar en dichas respuestas como un trabajo intersubjetivo que las personas tuvieron que hacer para poder responder a los impactos; no había cajas de herramientas listas y disponibles para responder, tuvieron que ser construídas a partir de los recursos psíquicos, espirituales, materiales disponibles.
Camargo consideró además que la idea de trauma no fue desarrollada muy bien en el volumen. Para él, ésta no permitió percibir cómo el conflicto ha tenido repercusiones en los registros más íntimos de la vida de las personas.
El volumen, por su parte, agregó Luis Miguel, si logró hacer un importante avance en documentar las afectaciones vividas por la gente del sector salud: enfermeros, médicos, misiones médicas, parteras, curanderos, sabedores, aunque hubiera sido interesante articular mejor esas afectaciones con las carencias estructurales del sistema de salud en Colombia.
Para finalizar, Luis Miguel, señaló la importancia de los archivos médicos como documentos interesantes para estudiar la guerra. Un tema en el que él ha venido trabajando.
El segundo segmento de la sesión tuvo un formato diferente, se dio una conversación entre Ronald Villamil, Luis Fernando Álvarez y Laura Lema.
Iniciando su intervención, Ronald Villamil quiso recordar que el 11 de noviembre de 1988 tuvo lugar unas de las masacres que afectaron los municipios de Remedios y Segovia en el Nordeste Antioqueño; a sus víctimas y sobrevivientes, se les dedicó un minuto de silencio.
Desde el caso de Remedios y Segovia, los expositores quisieron situar la lectura del volumen, sobre todo, en lo que respecta a las afectaciones producidas por los crímenes cometidos por el Estado. Ronald invitó a Luis Fernando, para que, como víctima y sobreviviente, expusiera el contexto del Nordeste Antioqueño.
Pasados 30 años de dicha masacre, Luis Fernando recordó que allí murieron más de 40 personas. Segovia tenía una tradición sindical fuerte, de bases políticas del partido comunista y de la UP, que fueron perseguidas, silenciadas, asesinadas por el Estado. La masacre afectó igualmente a toda la población, enfatizó Álvarez, pues difundió terror en el territorio, rompió relaciones, generalizó la desconfianza, el silencio, fue afectado el ejercicio político de la democracia, se crearon alianzas criminales que permanecen en el tiempo y siguen estigmatizando a quien piensa diferente.
Ante dicho escenario de terror narrado por Luis Fernando, Laura Lema quiso ahondar sobre las prácticas que las personas pusieron en acto para rehacer la vida. Luis Fernando relató las experiencias de conformación de comités contra el silenciamiento, la creación de ASOVISNA y la articulación con el Centro de Memoria Histórica para hacer trabajos de memoria y conmemoración de las víctimas asesinadas en el Nordeste, así como actividades de construcción de paz.
Al final de la conversación, Villamil realizó unas reflexiones sobre el volumen. Él sintió que en el texto había demasiados testimonios, pero pocas categorías que permitan entender mejor cómo los daños afectaron en modo diferente a las personas, dependiendo si se era indígena, negro, campesino, mujer o hombre. En ese sentido, consideró que el volumen no logró dialogar bien con los otros tomos, especialmente con el de Hasta la guerra tiene límites.
Igualmente, observó que el apartado dedicado a las respuestas de la gente ante la guerra, no fueron pensadas en clave de no repetición y de reconciliación. Un punto importante para Villamil, pues es importante insistir en el hecho de que resistir no siempre fue posible para la gente, para muchos fue prohibido, como en el caso de Segovia y Remedios, a quienes les impidieron agenciar sus identidades políticas a través de estrategias de terror. Las resistencias, agregó Ronald, deben pensarse como semillas para la reparación y la no repetición y esa perspectiva no fue visibilizada en el volumen.
Laura Lema retomó la palabra advirtiendo que el volumen se quedó igualmente corto en evidenciar el poder de la cultura, donde ésta, la cultura, no puede reducirse, tal como aparece en el texto, a la representación de identidades y territorios, sino al poder transformativo de la emancipación.
En el debate fueron problematizadas las nociones de resistencia y agencia, retomando, como decía Luis Miguel Camargo, que no estamos hablando de procesos automáticos o dados por descontado, sino que éstos implican un trabajo intersubjetivo que permitan responder ante lo vivido; procesos nada fáciles si consideramos que los sujetos quedan desituados, sin posibilidades de hacer duelos, silenciados. En ese sentido, agregó Alejandra Tapia, las resistencias y las agencias implican sobre todo vivir desde las fracturas.
Para Ronald Villamil, el agenciamento pasa por el reconocimiento de las responsabilidades judiciales, morales y políticas de quienes cometieron las violencias, sobre todo en clave de no repetición. Si los daños no son atendidos, reparados, se generan más daños, por lo que el agenciamiento, para Villamil, va de la mano con que no haya más guerra en los territorios.
Para Camargo, la agencia entendida como trabajo intersubjetivo implica además pensar en las acciones comunes, en la generación de nuevas formas de organizarse colectivamente. Trabajos que van desde lo micro, hasta la materialización de horizontes de transformación social. Para él, una imagen bella para pensar la resistencia y para no caer en el pesimismo que engendra la guerra, es la de la luciérnaga, esa luz intermitente que no desaparece del todo.
Para Laura Lema la agencia está presente en la capacidad transformado de las artes y la cultura.