Foto: «Alicia Sánchez en la sala de estudio de Franks House, Museo Británico». Tomada de: Juan Álvaro Echeverri, Oscar Román-Jitdutjaaño, Alicia Sánchez y Ana Maytik Avirama. 2023. "«Vi las cosas de mis antepasados y me curé». Violencia y memoria en una colección etnográfica del Museo Británico" En: CORREAL, D. G. ; ROMIO, S. ; TOBÓN, M. Más allá del conflicto armado Memorias, cuerpos y violencias en Perú y Colombia. Bogotá/Lima: Ediciones Uniandes / Instituto Francés de Estudios Andinos
La abuela Alicia Sánchez fue bautizada en lengua murui Ñueziyag’o. En castellano sería “mujer de bien”. Sorprende percibir que Alicia siempre fue consecuente en honrar su propio nombre. Mas que un bautizo su nombre fue una orientación moral. Su obrar siempre estuvo dirigido al cuidado de la vida. Quizás sus padres y abuelos supieron de antemano que Alicia transitaría por un camino en el que el trato amable y la ayuda común serían valores innegociables, de modo que Ñueziyag’o fue la mejor manera de nombrarla.
Nació en el río Igará-Paraná en el seno del clan aimeni -garza blanca – del pueblo murui. Fue nieta de todas aquellas personas que sufrieron la crueldad de la esclavitud cauchera. Supo del despojo al territorio y de la exclusión. Las enseñanzas que recibió de sus parientes la hicieron una mujer imprescindible para las luchas venideras por los derechos indígenas, una mujer capaz de hacer fructificar las plantas, de controlar con prodigio la luz de su fogón solidario, de darle forma a la vida en la selva con sus propias manos. Con mujeres como Alicia la Amazonia tuvo las condiciones básicas para educar cuerpos de hombres y mujeres sanas, creativas, valerosas y alegres, las mismas que continuarían defendiendo los derechos al territorio y a su vida cultural. Alicia se casó con Óscar Román Jitdutjaaño, un sabio hombre murui del clan enókayi –mafafa – y se fueron a vivir a orillas del río Caquetá, en Araracuara. En la sala de su casa en Araracuara cuelga con orgullo una foto junto al ex-presidente Virgilio Barco en el momento en el que fueron restaurados los derechos al territorio y devuelto oficialmente el resguardo Predio Putumayo en 1988. Ese triunfo político fue resultado de la orientación ética, del pensamiento de hombres y mujeres como Alicia y Óscar, una victoria que nació, como ellos mismos dicen, “desde las enseñanzas del tabaco, la coca y la yuca dulce”. Aquí las plantas, como bien lo supo Alicia y lo sabe aun bien el abuelo Óscar, son aliadas permanentes en los desafíos que trae la historia.
No escribo para despedir a la abuela Alicia sino para preservar su memoria. En un mundo agrietado por la indolencia, envilecido por el lucro y la vanidad, lo más deslumbrante es la bondad. No me deslumbra la tecnología, no me sorprende la inteligencia, ni la humana ni la artificial, lo que me sorprende es la bondad. Por eso el recuerdo que guardo de la abuela Alicia Sánchez es de deslumbramiento. Era un caso especial de aquellas personas cuyo corazón siente gratitud por dar, por actuar solidariamente. La abuela Alicia aprendió con su gente de la Amazonia que la vida es frágil, como las plantas de tabaco recién germinadas en la chagra, por eso el cuidado es un compromiso que se asume sin ambigüedades. Ella enseñó con su ejemplo que cuando las plantas son cuidadas florecen y fructifican, ñue jebuya, crecen bien, se vuelven valientes y alegres, cantan, bailan, conmemoran juntas el hecho de estar vivas. Esta es quizás una manera aproximada de nombrar la palabra paz desde la concepción indígena, ñue jebuya, fructificar, ñue iyáno, crecer bien.
Doña Alicia, aun sabiendo que el mundo carga sus conflictos y dolores, lo encaró con entereza, interponiendo a las penas el antídoto de la ayuda desinteresada. Sin dárselas de “ambientalista militante” ni “líder protectora de la selva”, hizo germinar tantas plantas, hizo tantas chagras, dispersó tantas semillas y conoció tan bien la botánica de las yucas y la vida ecológica en la selva, que terminó por hacer mucho más que los que prometen salvar los ecosistemas amazónicos. Sus labores agrícolas y ecológicas fueron victorias ocultas, a fin de cuentas, acciones que han sido el soporte de las políticas ambientales de los ministerios y de las ONGs.
Sin mujeres indígenas como doña Alicia no habrá biodiversidad de alimentos, ni saberes botánicos ni culinarios para conocer y habitar la selva, ni defensa alguna de la Amazonia. La abuela nunca exigió los créditos por esa labor abnegada, no tenía redes sociales, ni conexión a internet, apenas un viejo celular al que le decía yoneño – el avisador – . Su vida fue en sí misma una utopía ambiental silenciosa, sin audiencias, garantizaba la vida de sus chagras y jardines sin ruido, así probablemente también lo hizo al enfrentar sus miedos y angustias. Disfrutó de la vida sabiendo que es finita. No presumió de sus esfuerzos en instagram, no persiguió ser el centro de atención, su autenticidad consistió en compartir su dulzura y su sabiduría con muchas personas. “Nunca se mezquina” solía repetir, y ese ejemplo ya pertenece a la eternidad. Ya lo decía Herman Hesse “pertenece a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad”.
Por eso su nieta, Gilma Román, se refirió a la abuela Alicia Sánchez como una “estrella oculta” que “brilló con su propia luz”. “Silenciosamente nos orientó a muchos” afirma Gilma al sentir la memoria viva de la abuela Alicia.
Estoy seguro que la abuela Alicia Sánchez, Ñueziyag’o, estaría de acuerdo con Irene Andrade, la protagonista del cuento de Silvina Ocampo, “Autobiografía de Irene”, cuando le dicen:
“- Irene Andrade, yo quisiera escribir su vida
– ¡Ah! Si usted me ayudase a defraudar el destino no escribiendo mi vida, qué favor me haría”
Esta vez, doña Alicia, no defraudaremos el destino. Es inevitable no invocarla, recordarla y sentir su presencia, su huella, en nuestras vidas. Gracias.
Linda Alicia que su bondad se disperse en la tierra y el aire!
Excelente texto colega Marco, «no es despedir, es preservar su memoria» !! Fuerte abrazo para don Óscar y todos los familiares!!
Mamá, vuela muy alto…orgulloso de seguir su legado
Qué bello texto, es un merecido homenaje a Alicia. Gracias. Para Alicia y su familia, un largo abrazo lleno de amor y gratitud.
Tuve la fortuna de conocerte ya hace 40 años, degusté la caguana elaborada con tu propia saliva sin conocerlo, trasmitió mi enorme orgullo de saberme tenedor de un gran afecto por la amazonia y de haber compartido con conocedores tan profundos como lo es Oscar