RINCÓN LITERARIO

Reseña "La sombra del viento" Carlos Ruiz Zafón

German Alfonso Palacio Castañeda

Germán Palacio

Director CEPAM

Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM y del Centro de Investigaciones Amazónicas, IMANI.

Hemos leído, en tiempos recientes, libros sobre libros. Este es el caso de Mario Mendoza, quien propone, tratando de sintonizarse con las protestas sociales, que leer es resistir; el de Matt Haig, quien en la “Biblioteca de la media noche” nos invita a imaginarnos vivir otras vidas a través de libros hasta que nos demos cuenta que nuestra propia vida es el mejor libro; o el de Martin Puchner quien prueba que las historias, por cuento que parezcan, tienen poder para cambiar el mundo, desde la remota Ilíada hasta la contemporánea de Harry Potter. Todos los anteriores textos son muy interesantes a su manera. Pero éste de Ruiz Zafón, guardadas las diferencias, me parece que tiene un sesgo más divertido, una historia más truculenta, una narrativa más detectivesca, unos giros más traicioneros, un ambiente más vaporoso y unas siluetas más embrujadas.

No por casualidad, esta novela de Ruiz Zafón se convirtió en un best-seller internacional y ha obtenido numerosos premios en distintas partes del mundo. Hace parte de una trilogía, pero por sí solo es un libro con historias dentro de las historias, contado con un delicioso y rico lenguaje coloquial, no exento de sentido del humor, de las ocurrencias y del misterio que se despliega entre neblinas y secretos en la Barcelona, a través de personajes de mediados de siglo XX que cuentan historias que, en ocasiones, se retrotraen a fines del siglo XIX.

En breve, el preadolescente Daniel Sempere, quien crece en medio de una librería de coleccionista de libros usados, es convidado por su padre librero a El Cementerio de los Libros Olvidados, que era como un palacio vintage que luce y resuena como “un museo de ecos y sombras”, nos cuenta el autor. Sobrecogido por el misterio de una especie de rito de iniciación se ve obligado a no contarle a nadie sobre esta experiencia, ni siquiera a su mejor amigo, Tomás. La tarea de escoger un libro al azar, la debe realizar recorriendo un laberinto de estantes, después de escuchar la palabrería de unos lectores conspicuos a cuál más, que parecen miembros de una secta culta. De entre la montaña de posibles libros escoge La sombra del viento, escrito por un muy poco conocido escritor, Julián Carax. Si la tarea de encontrar el libro fue ardua pero posible, guardar el secreto va a llegar a ser imposible.

Independientemente de que haya quebrantado la obligación de mantener en secreto la posesión del libro y no necesariamente por esa transgresión, Daniel se sumerge en una intrincada maraña de acontecimientos, quemas de libros, amores ansiados y frustrados, así como asesinatos porque existe un amante amargado y real, el inspector Francisco Javier Fumero. Mientras Daniel crece interesado en conocer más de Carax, un autor que pocos saben que es fascinante, por lo que podría entrar mejor en la literatura gris, descubre que todos sus libros han sido sistemáticamente quemados por uno de los personajes del libro, Laín Coubert, quien increíblemente brinca del papel a la realidad, de Coubert a Fumero.

La trama se desenvuelve en Barcelona, una ciudad mediterránea atiborrada de historias. Junto a su nuevo amigo Fermín, a quien rescata de la calle, un dicharachero anarquista no exento de talento comercial, con quien intenta descubrir la verdad que envuelve a un ominoso ser que, a toda costa, intenta enterrar el pasado de Julián Carax. Ojalá nuestros izquierdistas reunieran como Fermín, la crítica implacable y el escepticismo frente al sistema con la habilidad para vender; vender buenas historias.

Precisamente, el infeliz Julián le arrebató de joven el amor a un condiscípulo Francisco Javier que luego en la novela lo identificamos como el inspector Fumero. El objeto de los deseos en competencia y conflicto por la señorita Penélope Aldaya, logra producir un efecto doble. Por una parte, arraiga en Julian Carax uno de esos amores del tipo de los que se producían en el trópico en los tiempos del cólera, por decir, irrenunciables, pero, por otro, una frustración que da lugar a una insaciable sed de venganza perpetrada por el personaje policial, el inspector Fumero. Este malévolo inspector lidera la represión franquista y se auto erige como el faro y ejemplo moral de un mundo sórdido de policías y criminales. Igualmente, encarna al diabólico Lain Coubert, el sórdido e implacable personaje de las novelas de Julian Carax.

Daniel, desde pequeño, aspiró a escribir una historia asombrosa, por lo que siempre estuvo enamorado de una pluma que se suponía que perteneció al mismísimo Julio Verne, así que su padre, después de muchos ahorros y esfuerzos se la regaló en un cumpleaños cuando Daniel se empezó a encandilar por un amor inalcanzable, Clara Barceló, “quien le robó el corazón, la respiración y el sueño”. Era una mujer que “le doblaba en edad, inteligencia y estatura”, lo mismo que le ha pasado casi siempre al autor de estas notas. En esa época, ni Daniel, ni yo tampoco, sabíamos que “una cosa es creer en las mujeres y otra creerse lo que dicen”. Sin embargo, la historia nos acaba probando que será mejor detective que escritor, pero yo, ni lo uno ni lo otro.

Y, claro, en la novela, el lector se encuentra con personajes curiosos y, sobretodo, siluetas de personajes fisgoneando detrás de las cortinas. Alguno de ellos tenía, por ejemplo, “una oratoria capaz de aniquilar las moscas al vuelo”. En algún momento el anarco-libertario Fermín, con su dialéctica corto punzante, en medio de la búsqueda de indicios incontrovertibles amonesta a Daniel para que se deje de greguerías, lo que al principio entendí como pucheros. Intrigado por este argumento, tuve que buscar en google, qué rayos son esas gárgaras, que fue lo que me sonó más próximo en ese momento y caí en cuenta que probablemente Ruiz Zafón es bueno para eso, algo así como hablar en forma de máximas, pero con un toque de humor. La búsqueda me trajo ejemplos de greguerías tales como, “la leche es el agua vestida de novia”; o “la O es la I después de mucho beber”; o, dicen que “un buen fotógrafo es el que nos coloca en la postura más difícil con la intención de que salgamos más naturales”. En resumen, una truculenta historia que a veces, nos arranca, impunemente, a los ahorrativos, sonrisas y a los generosos, carcajadas. 

Así como el autor es inconfundiblemente de un lugar, los lectores también lo somos. Y, tenemos derecho a ser sensibles cuando otros hablan de lo nuestro. En la novela sólo tres veces aparecen lugares de América Latina. Buenos Aires, un lugar tratado con algo de desdén; Colombia, nada, sólo que por allá se refugió algún chapetón; y Cuba, lo que menos me gustó. Presenta un personaje de la isla de la juventud, una afrocubana, traída por un español que logró hacer fortuna entre Cuba y Puerto Rico pero que tuvo que regresar forrado en pesetas con la derrota en la guerra hispano-estadounidense de fin del siglo XIX, cuando España perdió sus últimas colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas con los Estados Unidos.

La mulata, “belleza de ébano, estaba dotada de mirada y talle que inducía taquicardias”, dice Ruiz Zafón que decían las crónicas de la época. La descripción de la mujer, de nombre Marisela, que suena a garciamarquezca pero anacrónica, dice que viajaba con un macaco enjaulado vestido de arlequines y siete baúles de equipaje, como de la época colonial. La Marisela, era medio bruja, mala onda y asesina y llegó a restregar de sangre por todas las paredes del palacete del infortunado comerciante, cuando ella misma se cortó las venas. Podría ser que nuestro expresidente Duque sí esté complacido con esta figura literaria que resalta el 7, su número mágico de la economía naranja; pero yo no quedé tan feliz de que una malévola de la novela, que nada tenía que ver, fuera precisamente esa belleza de ébano, lo cual suena a estereotipo, raro en una mente tan brillante como la de Ruiz Zafón. Este es un detalle menor que resalto sólo para que no piensen que estoy adulando, en un mar de fascinantes aventuras detectivescas, donde no falta el amor sufrido, frustrado, brumoso y fallido. No dejen de leerse este libro que les prometo que, por los santos huesos de mi difunta madre, los va a entusiasmar. Hasta mis amigas de la Tertulia Virtual querían leerse, sin descansar, la trilogía completa.

Carlos Ruiz Zafón. La sombra del viento

Carlos Ruiz Zafón. La sombra del viento. Penguin Random House, Nueva York, 2001.

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