BLOG CEPAM

¿Cuál Pensamiento Occidental?
Del Diálogo a la Polifonía de Saberes

German Alfonso Palacio Castañeda

Germán Palacio

Director CEPAM

Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM y del Centro de Investigaciones Amazónicas, IMANI.

Nuestra comunidad académica ha aprendido a denigrar contra el pensamiento que llaman “Occidental”. Esta postura resulta de entender que los europeos impusieron sus prejuicios racistas y etnocéntricos sobre el saber indígena y el de otras comunidades tradicionales. Por contraste, algunos asumen que las formas de indígenas son más sofisticadas y profundas.

Este reconocimiento del saber indígena es bienvenido y necesario para los amazónicos, para los latinoamericanos y, eventualmente, para la historia de la humanidad en busca de formas no excluyentes de conocimiento y por justicia histórica. Pero el problema que identifico es la simplificación y el maniqueísmo, así como la falta de sentido socio-histórico y geográfico de esta crítica, que nos debería obligar a precisar.

Cuando los ibéricos (España y Portugal) llegaron a América, no se tenía una comprensión de “Occidente”, en el sentido actual. Se trataba de una época en que estaba en disputa el sentido y poder del cristianismo en Europa, particularmente. Unos pocos siglos antes, desde el siglo XI en Toledo, se tradujeron textos greco-latinos que habían sido vertidos al árabe y al hebreo y así la “España” de la época se benefició del conocimiento de grandes pensadores. Hubo un fecundo “triálogo” de saberes, diríamos hoy. Alfonso X, el Sabio, institucionalizó el trabajo de intelectuales latinos, hebreos e islámicos, en lo que se conoce como Escuela de Traductores de Toledo. Parte de la historia de cómo se perdieron y redescubrieron conocimientos de la antigua Grecia y del islam medieval nos los cuenta Violet Moller en la Ruta del Conocimiento (Barcelona: Taurus, 2019). “En las escuelas árabes de Córdoba y Toledo, se reunieron y se conservaron cuidadosamente los rescoldos moribundos de la erudición griega”, afirma Ahmed Ibn Mohamed Al-Maqqari (Historia de las dinastías musulmanas en España).

Tres siglos después, buscando una nueva ruta a “Oriente”, los ibéricos recién llegados a América eran, sobre todo, católicos que acababan de terminar una guerra de ocho siglos contra los “infieles” musulmanes del Norte de África. En aquella época, Europa trataba de “orientarse” buscando a China e India, por lo que Cristóbal Colón le logró vender a los reyes la idea de que había llegado a India, y su gente fue denominada “indios”, término que se empezó a aplicar antes de que se volviera despectivo. Los reyes de Castilla y Aragón decidieron limpiar la sangre y el pensamiento de su pueblo, expulsando a judíos y musulmanes que habían vivido en la península por mucho tiempo, en época simultánea con el “Descubrimiento” o invasión sobre el Nuevo Mundo, que luego se llamaría América en homenaje a un cartógrafo. La alternativa forzada para los que querían quedarse en la península era re-convertirse.

Esto da lugar a pensar que la cosmovisión indígena y su saber ha sido históricamente permeado por los ibéricos, con fundamentalismo católico desde el siglo XVI, más que por los modernos, racionales y “occidentales”, franceses, ingleses o alemanes, como lo atestiguan los intelectuales indígenas, el Inca Garcilaso de La Vega o Guamán Poma de Ayala por mencionar antiguos pensadores indígenas, uno de Cuzco y otro de Ayacucho, ambos del período colonial español.

Cuando nuestros antepasados hicieron la Independencia e intentaron construir una nueva comunidad, algunos pretendieron recuperar el pasado indígena y otros trataron de sacudir, no siempre con éxito, las cargas de la herencia hispana y la lucha contra las imposiciones de la Iglesia que hicieron parte de la agenda cultural y política del siglo XIX.

Desde mediados de ese siglo se empezó, por ejemplo, a construir la idea de lo latinoamericano y ella sólo pudo cuajar en la primera parte del siglo XX, como José Martí, Carlos José Mariátegui y otros pensadores lo atestiguan. Nuestro pensamiento, que l@s antropólog@s y otros académicos suelen reducir a “occidental”, está más permeado, probablemente, por la Biblia y por los ibéricos que por el pensamiento occidental, racional y moderno.

Entonces, ¿de dónde surge la confusión?

La noción de “pensamiento occidental” fue muy bien sistematizada, desde Max Weber a comienzos del siglo XX, quien contrastaba al pensamiento de Europa Occidental (Alemania, Francia, Inglaterra, excluyendo a los países Ibéricos), en el culmen de su poder mundial, frente a Oriente, es decir, el mundo del Islam, India, China, etc. Curiosamente, los rusos también eran, para ellos, “oriente” que aspiraban, en parte, a ser occidentales. De allí se desprende que nosotros en Latinoamérica, para Weber, no éramos occidentales, pero tampoco orientales: tal vez ni existíamos como pensamiento para la arrogante y eurocéntrica visión del cambio de siglo XIX al XX. Los antropólogos de fines del siglo XIX eran de esos países “occidentales”, de Austria, Inglaterra, Alemania y Francia, ya no ibéricos. Más tarde, a esta pléyade de pensadores se les sumaron los antropólogos de los Estados Unidos. Ellos remplazaron a los misioneros que, hasta entonces, eran los mejores etnógrafos sin títulos formales.

La autodestrucción de Europa, en las dos sucesivas grandes guerras de la primera parte del siglo XX, podría haber colapsado la categoría “Occidental”. Pero no fue así: continuó en el marco del conflicto entre Este y Oeste, pero obtuvo nuevas connotaciones. Se trataba de una contradicción de la llamada Guerra Fría que enfrentaba principalmente al capitalismo de libre mercado liderado por los Estados Unidos, contra el socialismo de economía estatal centralizada y planificada liderada por la Unión Soviética y que se desplegó como una guerra con ramificaciones por todo el mundo.

La invención del “Tercer Mundo” fue necesaria para tratar de decir, desde el “Sur”, que todos los países no tenían que alinearse entre Este y Occidente para buscar su desarrollo. Además, ese nuevo Occidente debería incluir a Japón como un líder asiático de esa categoría, para un país que, evidentemente, no está localizado en “Occidente”. Occidente entonces empezaría a perder su sentido original.

No hay que perder de vista entonces que esa nueva contradicción resulta de la forma como “Occidente”, incluidos ahora los Estados Unidos y Japón, focalizan Oriente, liderado por Rusia y China, por nuevas razones, particularmente, que eran socialistas. Mientras Max Weber colocaba ciertos valores ideales de Europa Occidental como referente contra el mundo oriental por tradicional, tiránico e irracional, un pensador de origen palestino, Eduard Said, intervino en el debate con su propuesta sobre “Orientalismo”. Dijo que “Oriente” era una construcción europea, principalmente, y que los estadounidenses la retomaron, por lo que “Oriente” no era una realidad en sí misma sino un dispositivo de subordinación de los pueblos árabes, persas y del resto de Asia. En 1989, cuando terminó la Guerra Fría, la contradicción Este-Oeste se transformó en Norte-Sur.

Mi punto es que, como un espejo de la crítica de E. Said, Latinoamérica o “Abya Yala” no es ni “Occidente” y tampoco “Oriente”. Algunos intelectuales latinoamericanos se sienten como si fueran “occidentales” quizás por el complejo de inferioridad que logró entronizar el pensamiento de Occidente (y ya sabemos qué es “Occidente”) durante el siglo XIX y parte del siglo XX cuando reinó el eurocentrismo en el mundo.

A pesar del colapso del socialismo real de fines del siglo XX, la idea de “mundo occidental” sobrevivió y se entroncó con la globalización, abriéndole paso al multiculturalismo y opacando el análisis sobre las desigualdades sociales en el mundo contemporáneo. Todo marchaba bien en la última década del milenio hasta que el derribamiento de las Torres Gemelas, la crisis financiera de los Estados Unidos de 2008, la crisis climática, la lamentable situación de desigualdad en el capitalismo contemporáneo y la irrupción de Donald Trump puso a tambalear la versión occidental globalizadora y multiculturalista. En ese contexto, Trump estaba tratando de rescatar la versión más racista de lo “Occidental” a través de la construcción de unos enemigos llamados migrantes, mexicanos y terroristas islámicos y a nombre del supremacismo blanco. Si se trata de la defensa de la globalización y los Acuerdos climáticos de París, China resultaría más “occidental”, hoy en día, que Estados Unidos o Gran Bretaña con su “Brexit”.

Notas conclusivas

Lo anterior nos permite avanzar hacia unas notas conclusivas. La inmensa mayoría de nuestros antropólogos no piensan y, a veces, no viven como los “occidentales” y muchos de sus amigos son indígenas o paisanos. Tampoco son blancos europeos y caucásicos, o no se sienten. Me gustaría saber qué tan occidental es el pensamiento de profesores que en sus clases rescatan, realzan, reconocen y difunden lo que consideran pensamiento indígena y denigran impenitentemente del pensamiento occidental. ¿Son ellos muy “occidentales”? Si lo son, cosa que no creo, será porque el pensamiento “occidental” debe tener algo bueno. Diríamos: la crítica. NO es una afirmación retórica: sabemos que la crítica es parte de la matriz del conocimiento que en la Edad moderna luchó contra la hegemonía del saber revelado desde la Biblia.

Es muy loable tratar de valorar y reconocer el saber indígena, pero no a punta de contrastarlo con una idea reduccionista de pensamiento “occidental”, porque es facilista definir el enemigo de manera caricaturesca. Por ello es mejor ubicar bien los conceptos en tiempo y lugar, es decir, hacer la cronotopía del concepto de “Occidente”. El Nuevo Mundo que resultó del choque entre nativos, ibéricos y africanos, que llamamos América, pero podríamos llamar Abya Yala, debe ser contrastado en parte con Occidente, pero más con el saber revelado de la Biblia, tan influyente en toda las américas y en particular en la Amazonia.

Por tanto, el contraste en cierto nivel de abstracción del pensamiento indígena es el mundo mítico judeo-cristiano. Y, el pensamiento científico y “occidental” que deberíamos criticar es el que construye a los humanos y al resto de la naturaleza, primariamente como un objeto de apropiación y explotación, que más que “occidental”, es capitalista.

Y, tenemos que reconocer que, no todo el pensamiento que mal llamamos “Occidental”, es malévolo o desechable. De hecho, todos sin distinción, Este-Oeste, Norte y Sur estamos en la misma búsqueda humana, incluida la de los indígenas y su conocimiento profundo, por ejemplo, sobre el bosque húmedo tropical. Su conocimiento no se ubica en puntos cardinales sino en profundidad, experiencia y reflexión. Una búsqueda que incluye la construcción del saber colectivo que apunte a construir un mundo mejor para los humanos y para el resto de la naturaleza, es decir, para la construcción de una nueva “culturaleza”. Por ello necesitamos más que diálogo, polifonía de saberes, para aportar a esta búsqueda humana, común, que vive enredada todavía en el espejismo de acumular riqueza por acumular.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *