Germán Palacio
Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia Sede Amazonia.
Director CEPAM
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE. Salvo mi Corazón, todo está bien. Alfaguara, Grupo Editorial Random House, primera reimpresión, noviembre, 2022, Bogotá. Reseña de Germán Palacio
Después de haber leído el libro y visto la película, El Olvido que Seremos, nos lanzamos con apetito a leer este libro de Héctor Abad Faciolince, recientemente republicado por Alfaguara. El autor nos cuenta la historia real, libremente narrada, de un destacado sacerdote antioqueño, Luis Alberto Álvarez. Se podría decir que destacado, menos por sacerdote que por cineasta y melómano. De hecho, como sacerdote no pareciera seguir los cánones de vida más establecidos. En cambio, como cineasta tiene el mérito de haberle enseñado a ver, apreciar y analizar cine a la juventud y al público, en general, de varias generaciones de Medellín.
Su protagonista, Luis Córdoba o El Gordo, tuvo la mala suerte de desarrollar un corazón grande, quizás bueno por la pasión que lo movía, pero malo, desde el punto de vista de su salud. Por eso el título de la novela tiene un sentido literal muy preciso. Este problema de salud le permite al autor desplegar una gran cantidad de información y consideraciones de carácter médico, lo que no le impide saltar del sentido literal al metafórico por las poco más de trescientas páginas de la novela.
De manera estudiada, desde el principio, Joaquín, el narrador, médico de profesión y buen amigo de Luis, presenta descripciones técnico-médicas detalladas de la enfermedad y problemas del mal que aqueja a Luis, advirtiendo que “si a algún lector no le interesa cómo funciona un corazón, el centro vital de nuestro cuerpo, se la puede saltar” (pg.30). Creo que quiso decir, como funciona un corazón desde un punto de vista médico.
Que Luis no era un sacerdote que siguiera una línea de comportamiento canónico puede entenderse sin ambages cuando sabemos que Luis convivió con su amigo Lelo por varias décadas, un sacerdote gay, conformando una familia rara, poco convencional, de célibes. Luis y Lelo casaron a Joaquín y a Teresa, una hermosa italiana que sedujo a Joaquín en Italia y que él convenció a venir a vivir a Medellín. Y, aquí viene un segundo ejemplo de familia no muy convencional en la rezandera Medellín: debido a que Luis se enferma del corazón y requiere de un espacio familiar de cuidado, Teresa, quien meses atrás ha roto su relación con Joaquín, o para ser más preciso, la situación es al revés, invita a Luis a vivir en su casa con sus hijos, lo que lo conduce a dejar a Lelo y convertirse en la figura masculina para los hijos de Teresa y Joaquín, quien ya no permanece en esa casa.
Aquí vale la pena decir que la narración de la vida personal de un sacerdote paisa muy admirado en la sociedad antioqueña, le permite a Héctor Abad desarrollar el punto central de la novela, que no es tanto la crítica, bien merecida, al sacerdocio y a la Iglesia católica. Evidentemente, la novela trae a colación una crítica en este sentido, y de diferentes maneras se cristaliza en episodios relacionados, por ejemplo, con Monseñor Miguel Ángel Builes, originario de Donmatías, Antioquia, anticomunista acérrimo y promotor de la moral y las buenas costumbres, quien logra convertirse en cardenal, más por poderoso que por piadoso, una especie de representante en el siglo XX de la infame Inquisición y culpable intelectual de varios abusos y persecuciones, incluidos asesinatos, como el narrado en la novela del novicio Amaranto Mosquera, quien tratando de ayudar a otro, ese sí piadoso sacerdote Carlos A. Calderón cercano a la Teología de la Liberación, es liquidado por sicarios, al confundirlo con Calderón por estar conduciendo su moto es asesinado a sangre fría en la calle de la capital de la montaña. El comentario del narrador es aún más contundente cuando afirma que siempre se menciona el daño que le hizo Pablo Escobar a Medellín, “pero poco se habla del papel del arzobispo más católico de la ciudad más católica del país” quien “destruyó el tejido religioso de los barrios más pobres…”
Sin embargo, sostengo que este libro, más que una crítica radical a la Iglesia católica, bien merecida, es una defensa de sacerdotes buenos y auténticos, a quienes, tal vez, se les pide demasiado. Afirma el narrador Joaquín, quien parece ser el mismo Héctor Abad, que ahora que se derrumba el catolicismo y tiende a pasar de religión a mito, “los curas y hasta el Papa, no hacen otra cosa que pedir perdón con humildad por todos los errores de la Iglesia en la historia, y cuanto más perdón piden, más los atacan y desprecian” (pg. 313). Desde la posición opuesta, se podría decir, más bien: too little, too late: muy poco, muy tarde.
El punto central de la novela, entonces, es una buena crítica a la forma estrecha o unidimensional de concebir a la familia, muy bien enraizada en el imaginario católico tanto de la de la cultura popular, como de la hipócrita cultura de la elite paisa. Abad nos cuenta la historia de un notable cura, quien acomplejado por su obesidad y por el temor a un apasionado sentimiento por las mujeres, se aferra a una espiritualidad que lo arroja a abrazar la fe católica al interior de los cordelianos, una orden religiosa, como un refugio para una pasión inconfesable. Debido a los insondables designios del Señor, diría un creyente, nos encontramos en la trama de la novela con varias formas de vida en familia: una, la de dos sacerdotes, uno de los cuales es gay, y que conviven bajo el mismo techo, con varios novicios. Así, al menos uno de los dos se siente que vive como en pareja, sin que entre ellos haya una relación carnal. Otra, clásica, que conocemos como la nuclear monogámica, que se quiebra, ya que Joaquín abandona a una esposa amorosa e intachable, azuzado por sus devaneos con el dinero y la adrenalina de una pasión que incluye el voluptuosidad, riesgo y celos que proporciona, a veces, algunos de los ingredientes necesarios para hacer el arrebato más perdurable. Enseguida, la de un sacerdote apasionado por el cine, la buena comida y la música lo que lo lleva, casualmente, gracias a su calamitoso corazón a ser hospedado por una piadosa madre abandonada, Teresa, exesposa de Joaquín, ofreciéndole, contra todos los pronósticos, la oportunidad de una nueva e insondable experiencia, principalmente espiritual e improbablemente carnal. Pero no de la manera que el lector hasta este punto se está imaginando.
En efecto, su dolencia le permite ir a vivir a casa de Teresa para poder tener un albergue bien atendido y cuidado para esperar una definitiva y letal operación de corazón que requiere, no uno cualquiera, sino el de una persona alta y voluminosa. Allí aprende que una vida en familia con Teresa y sus hijos es algo que le hubiera permitido realizarse como hombre, padre y ser humano, lo que le convence de colgar los hábitos, una vez que se recupere de la operación, pero no para irse a vivir con Teresa sino con Darlis, la mulata costeña y sensual que ayuda en casa de Teresa, y quien colabora con las labores domésticas, hace de enfermera y de masajista lo que, para Luis, es todo un prodigio. El amor carnal en casa de Teresa, vence a la admiración espiritual, por la fuerza de las circunstancias y del despertar de otra pasión inesperada.
No siempre el optimismo impenitente de Luis para superar la condición mortal es suficiente, como bien lo explica Lelo. Luis Córdoba, el Gordo, no sobrevive a la operación, a pesar de las virtudes de los avances de la ciencia, que, en este caso, como en otros, está todavía en un estadio precario de avance frente a lo desconocido, y que utiliza a Luis Córdoba como conejillo de Indias, con el método clásico de ensayo y error. Nunca debemos olvidar la frágil condición humana, que nos obliga a aceptar que, por más espiritualidad, optimismo y conocimiento científico, seguimos, en lo esencial, siendo mortales, aunque haya gente que crea que hay vida después de la vida. Lo cierto es que, aun así, la novela culmina con la muerte, la prosaica que nosotros entendemos y que produce certificados de defunción como en el caso de Luis Córdoba. Por eso, el punto de la novela es una crítica al celibato impuesto desde tiempos casi inmemoriales sobre los sacerdotes católicos, así como a la forma cerrada, monolítica, pero frecuentemente fracasada del modelo de familia nuclear unidimensional, como es el que se basa en un príncipe azul y una princesa, que eventualmente procrean, pero no necesariamente pasan felices ni comen perdices, por siempre jamás.
El narrador no es Joaquin, es Lelo.
Es correcto mi estimada lectora ya que muchas veces cuando cuentan las historias de los seminarios lo hace Lelo, narrando la historia de «Pechoelata» y posteriormente lo del sacerdote que quería tener relaciones con El.
Gracias, entonces mi error
El arzobispo descrito no es Monseñor Builes.
Me encantó su reseña. Este es un autor que conocí por su novela El olvidó que seresmos, y que disfruté mucho. La novela de esta reseña también me gustó mucho. Una de las cosas que me gusta de este autor, son los títulos de sus relatos, no sé si lo pone él o el departamento de mercadeo, pero igual me gustan.
Gracias por compartir este trabajo.
Esta reseña deja mucho que desear, en tan pocos párrafos tantos errores, como por ejemplo el narrador del libro, Monseñor Builes no fué cardenal y vivió en otra época a la tratada, así que no es de él a quien se refiere el autor.
En la reseña se confunde el nombre de los obispos, a todos dos los critica, de una manera muy descriptiva de lo que realmente escondían, el primero del que se habla poco es de Miguel Ángel Builes Obispo de la diócesis de Santa Rosa de Osos, y del que más se profundiza es sobre el arzobispo de Medellin elegido Cardenal ALFONZO LOPEZ TRUJILLO.
Creo que el primer cardenal de Colombia fue Crisanto Luque Sanchez.