Juana Valentina Nieto
Antropóloga (UNAL), Magíster en Estudios Amazónicos de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia, y Doctora en Antropología Social por la Universidad Federal de Santa Catarina. Actualmente es becaria posdoctoral del Instituto Brasil Plural (INCT-IBP/CNPq) y el Programa de Posgrados en Antropología Social de la Universidad Federal de Santa Catarina.
Investigadora CEPAM
¿Qué características ha tenido la migración de mujeres indígenas del Amazonas a las ciudades? En este artículo te lo cuento:
Las ciudades de Colombia crecieron a lo largo del siglo veinte gracias a una intensa migración de campesinos, afrocolombianos e indígenas provenientes de las zonas rurales, cambiando así, la geografía humana y social del país. Si bien en Colombia esta urbanización fue potencializada por la crisis rural y la violencia generada por la concentración de la propiedad, las economías extractivas, el conflicto armado interno; responde a una tendencia mundial, que no solo afectó las grandes metrópolis como Bogotá, sino también las pequeñas ciudades regionales.
En relación con la población indígena, su mayoría aún habita el área rural, pero su presencia en las ciudades viene aumentando exponencialmente en los últimos años. El censo nacional de 1993 contabilizó 1.298 indígenas viviendo en la capital del país, frente a 15.032 en 2015.
Las capitales de la Amazonia colombiana y la migración indígena
La Amazonia no fue ajena a esta realidad. Las economías extractivas que iniciaron en el giro del siglo XVIII al XIX: la quina, el caucho, y posteriormente las pieles, el petróleo, el oro y la coca atrajeron colonizadores, comerciantes misioneros que fundaron los pueblos que hoy en día constituyen los centros urbanos (Gómez y Domínguez, 1990; Llanos y Pineda, 1992; Gutiérrez, Acosta y Salazar, 2004, Arcila 2011, Chaves y Nova, 2018).
Leticia, Inírida, Mitú, Mocoa, Florencia, San José del Guaviare crecieron, a medida que recibían población colona del interior e indígenas de los territorios selváticos, que fueron articulando las ciudades a sus movilidades, como centros de bienes y servicios estatales y monetarios. La movilidad de indígenas hacia las ciudades ha ido poco a poco transformándose en una migración cada vez más permanente, en parte gracias a los espacios de multiculturalidad urbana, pero también a las nuevas socialidades multiétnicas.
Los datos son bastante expresivos a este respecto: como lo muestra Arcila (2011) a un ritmo de 5000 personas por año, 54.000 migraron del campo a las cabeceras municipales amazónicas entre 1997 y 2008.
Migración y mujeres indígenas en el sistema de género colonial-moderno
En el caso de la Amazonia la movilidad y migración indígena hacia las ciudades tiene particularidades de género que han sido poco analizadas. Se puede decir que desde sus inicios la urbanización ha sido mayoritariamente femenina como resultado del lugar que ha sido dado a las mujeres indígenas en el sistema de género colonial-moderno (Sánchez 2011, Chernela 2015, Nieto 2017, Rosas 2021, Rossi 2017, Galli 2012, Belaunde, 2011).
Un ejemplo de ello es que, en los inicios del encuentro colonial, algunas mujeres salieron de sus territorios como esposas de hombres no indígenas que pasaban en los diferentes frentes extractivos y coloniales. En algunos casos estos matrimonios eran facilitados por los principios que guiaban los intercambios matrimoniales de algunos grupos indígenas, en los que las mujeres luego de casadas deben desplazarse para vivir en el territorio de sus suegros. Pero también respondió a una estrategia planeada de intervención y conquista por parte de los gobiernos, como me contó una indígena que conocí en Leticia en el 2005.
Ella era hija de un cauchero colombiano y una mujer Murui. Me contó que su padre llegó al Putumayo, al final del conflicto Colombo-Peruano “como parte de una comisión enviada para sacar a la gente de la esclavitud, enseñarlos a trabajar, a manejar la moneda, a vestirse, a comer, todo lo que fuera de la civilización. Eran quince señores que se casaron con quince mujeres indígenas para poder entrar a la selva. Él lo hacía a nombre del Gobierno de Colombia”. Su madre había sido comprada por los caucheros peruanos luego de haber quedado huérfana. Rescatada por el cauchero colombiano, salió con él hacia Leticia dónde creció y estableció su vida, siendo incluso una importante líder en la organización y el reasentamiento de estos grupos en esta región.
Migración de mujeres indígenas del Amazonas para el servicio doméstico[1]
Otra de las principales vias por las que salieron las mujeres indígenas hacia las ciudades fue y sigue siendo el servicio doméstico. En los años 70s Jean Langdon (1982) nota que la afluencia de mujeres Siona del alto Putumayo hacia las ciudades corresponde a un patrón de movilidad en América Latina, y que muchas de ellas salían siendo jóvenes para trabajar como domésticas en casa de familia de las ciudades regionales e incluso a Bogotá.
Luisa Sánchez en su trabajo sobre migración uitoto para las ciudades, también resalta el hecho de las mujeres fueron pioneras en llegar a las ciudades como empleadas domésticas en los años ochenta. Investigaciones recientes vienen visibilizando y analizando la participación de las mujeres indígenas en este sector terciario laboral en los contextos urbanos, como parte importante de la experiencia femenina indígena en la historia colonia (Rosas 2021, Rossi 2017, Galli 2012, Sánchez 2011, Chernela 2015, Nieto 2017).
Varios de estos trabajos muestran la violencia que era perpetuada contra ellas al interior de las casas de la ciudad. Las personas en las ciudades preferían a las indígenas por considerarlas tímidas y obedientes. En el caso de las Murui, muchas de ellas llegaron a las ciudades recién salidas de los internados de las misiones, donde las monjas le enseñaron las labores domésticas consideradas apropiadas a su posición de género, clase y etnia: cocinar, sancochar, hacer café, planchar, limpiar, bordar.
Era también considerada una mano de obra “barata”, cuando se les pagaba pues muchas veces no les daban dinero, luego de descontarles el valor del pasaje, del hospedaje, la ropa, la comida. Su suerte dependía de la ética de las familias que las recibía. Muchas recibieron maltratos, abusos, confinamiento, teniendo que realizar toda serie de trabajos no previstos, sin limites de tiempo y bajo el control total de su vida privada. A muchas de ellas no les cumplieron la promesa de estudiar.
En esta forma de empleo, más que en otras, se cruzan múltiples sistemas de subordinación -étnico-racial, de género, de clase, migración- que ha legitimado históricamente el despojo, enclaustramiento, sujeción, agresión y disponibilidad ilimitada de los cuerpos de las mujeres indígenas en un trabajo mal remunerado, subvalorado y con poca o ninguna regulación legal.
Una lógica reiterativa colonial que actualiza, legitima y prolonga una historia de invasiones, esclavización, saqueo, apropiación de su territorio y de sus cuerpos, que adquieren nuevos contornos en un orden social supuestamente democrático. Estas formas de violencia permanecen invisibles en las reivindicaciones étnicas e incluso en los análisis sociales.
Las luchas y reivindicaciones de las mujeres indígenas migrantes en las ciudades
En mi trabajo sobre narrativas biográficas con las mujeres murui migrantes en Bogotá, aprendí las muchas formas en que las mujeres murui fueron luchando, de forma silenciosa e invisible contra las muchas formas de subordinación y dominación de una sociedad altamente clasista y racista. Poco a poco, huyendo, haciendo amigos, estableciendo lazos, conectando personas, las mujeres murui fueron ganando autonomía y movilizando otras amigas paisanas, con las que compartían la memoria de sus recorridos, recomendándolas a otros posibles patrones y creando así una base social en la ciudad que fue soportando sus desplazamientos y su adaptación.
Gracias a estas amigas paisanas ellas conseguían salir del cerco de las casas donde trabajaban y conocer la calle, andar por la ciudad y así mantener relaciones más horizontales que las que viven en su trabajo. Estas redes que crearon no solo vinculan a los indígenas en la ciudad, sino también la ciudad a la región amazónica. En Bogotá circulan alimentos de la chagra, enviados por los parientes, niños que van al territorio a visitar a sus abuelos, para ser curados, o mientras la mamá, que generalmente es madre soltera, supera una dificultad.
Los niños que pasan temporadas con los abuelos los acompañan y aprenden de ellos sus saberes, memorias y prácticas culturales, fortaleciendo importantes vínculos de pertenencia con sus parientes y su pueblo. Hoy en día, gracias a las políticas de reconocimiento multicultural y a sus luchas cotidianas, hay asociaciones, ONG’s, cabildos, jardines infantiles, espacios formales e informales en que ellas y ellos rearticulan la socialidad, abriendo las puertas para reivindicar, recrear, reinventar sus tradiciones y su historia, colocar em circulación alimentos, valores, sustancias vitales que les permiten vivir, recorrer, buscar sentido y ocupar la ciudad.
En este trabajo concluí que con sus movilidades las mujeres Murui tejen territorios, enfrentando y transitando por fronteras sociales, geográficas, políticas, identitarias, creando canales que articulan personas, lugares, alimentos, conocimientos para así cuidar a los suyos y habitar el mundo contemporáneo.
[1] Desarrollo mejor estas ideas en Nieto Moreno (en prensa).