RINCÓN LITERARIO
Reseña
Azulverde Marco Tobón

Germán Palacio
Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM.
Marco Tobón. Azulverde. (Manizales: Jaravela Editores, 2024).
Marco Tobón, nacido en Chinchiná, Caldas, era simpático y dicharachero, con ocasionales chistes malos, que es normal cuando uno se exagera. El campeonato de bromistas, que se disputaban el primer lugar en chistes malos, subía de nivel cuando se juntaba con Germán Ochoa y Fernando Franco, profesores en Leticia de la Universidad Nacional. El primero, manizalita, y el segundo de Génova, Quindío, ambos expertos en este tipo de torneos. Una casualidad que fueran paisas del Eje Cafetero.
Marco llegó a Leticia pelao, pero muy leído, a hacer trabajo de campo y terminar su carrera de antropólogo de la Universidad de Caldas. Luego se embarcó en la maestría en Estudios Amazónicos y me pidió que fuera su director de tesis. Tengo la convicción de que, al principio, no todas las conexiones neuronales amarraban los nodos correctos, lo que hacía pensar que era interesante lo que decía, lo que no implicaba que uno le entendiera todo, pero valía la pena hacer el esfuerzo. Me hacía rememorar a un personaje famoso a quien se le secó el cerebro de tanto leer.
Hizo sus primeros y buenos pinitos en historias amazónicas agarrando cancha literaria publicando “El arador”. Este esfuerzo divertido incluyó a otros participantes, todos condiscípulos, tales como el geógrafo Ronal Cubeo, Enric Casuú, catalán de pura cepa, Ángel Tanimuka, antropólogo, la historiadora Yohana Pantevis, Nicolás Victorino, también antropólogo y otros estudiantes críticos y diletantes, como buenos estudiantes que aprenden tanto en las clases formales como en los bares y cafés. El pasquín en mención llevaba ese título en honor a un bichito muy propio de tierras bajas tropicales, que puede hacerle la vida imposible a la gente porque se agarra con insistencia y dentadura sangrona escondidos en las ingles, las corvas, los pliegues de los senos o de las güevas.
Un día el paisa de ideas tan brillantes como mamagallistas cambió para bien, desde el punto de vista académico, y mi dificultad para entender a Marco se desvaneció. Eso ocurrió cuando me entregó su primer capítulo de tesis muy bien organizado y escrito y me dije, este pelao va a salir adelante, aunque puede que, a veces, se dedique a luchar contra molinos de viento. Lo salvó posiblemente algo que le enseñaron los paisanos de Araracuara y Puerto Santander donde hacia su trabajo de campo: le endulzaron la palabra, según nos contó. Parecía que, por fin, las conexiones neuronales que expresaba en palabras ya no salían volando de su boca disparatadas, asustando a los racionalistas de mentalidad comercial y embobando a las muchachas con sensibilidad étnica, en edad de merecer, sino que empezaban a aterrizar en los aeropuertos auditivos correctos. No cambió mi aprecio y cariño por Marco, pero sí lo recalibró y me dio mucha alegría.
Este libro es, descontando sus brillantes escritos antropológicos, una prueba de lo anterior. Me cuesta trabajo clasificar los 10 textos incluidos en Azulverde. Al principio pensé que era un libro de cuentos. Al leerlos todos llegué a la conclusión que son de un género menos definible y disciplinado: oscila entre crónicas, etnografía, ficción y reportaje. Confabula entre todos ellos.
No puedo referirme a todos los textos, pero siguiendo el orden que Marco le dio, resalto la historia de la orgullosa poetisa huitoto, como se solía decir antes, Anastasia Candré, quien salió del Igara-Paraná y ya pasados los 20 años llegó a Leticia para reconstruir historias y certezas de vivir libre, de forma sabrosa y picante. De paso, su nombre nos sirvió para bautizar a la biblioteca de la Sede Amazonia. Es que, a veces, se les da mucho realce a ciertos personajes más televisivos como Capax, descuidando otras figuras que, bien miradas, podrían ayudarnos a entender mejor a la Amazonia bulliciosa y a la silenciosa; a la turística y a la profunda.
Uno de los cuentos que más me gustó, relata una historia sobre un personaje que deambula por Leticia y es imposible no verlo, aunque normalmente todos los que vivimos en la Triple Frontera solemos invisibilizarlo. Está por ahí, ronda por la ciudad, parece un reciclador con su carretilla, vestido con plumas como indio que va a una ceremonia. Si Marco no cuenta su historia no sabríamos que, de algún modo, es como el legendario anarquista colombiano Biófilo Panclasta en versión indígena. Tiene mucho que enseñarnos.
Una historia que indigna, pero enseña, es la de don Oscar Román, un sabedor murui muina, la voz del tabaco. A estas alturas es evidente que los gobiernos nuestros deben ayudar a corregir el desastroso malentendido que asimila la coca a la cocaína, lo cual ocurre por oscuras razones de poder. A falta de esto la historia de don Oscar nos enseña sobre la absurda equiparación entre el tabaco con los cigarrillos, elaborados entre varios ingredientes con tabaco, pero consumidos mundialmente con poco respeto y mucha ansiedad. Queda bien probado que el tabaco es una planta sagrada y que a don Oscar le indigna la confusión. Está pendiente la tarea educativa que exige reconocer que las matas no matan, pero que estados poderosos han ayudado a erigir unos aparatos de muerte tomando algunas plantas poderosas como justificación para otros propósitos torcidos.
En otro cuento, Marco Tobón llama la atención sobre unas plantas sagaces, que llaman malas hierbas en lenguaje campesino. No tienen nada de malas ya que son las que primero prosperan cuando encuentran un terreno arrasado y ayudan a recuperar el suelo, pero luego los agricultores deben luchar contra ellas para lograr la selección de plantas que pueden comer o vender en el mercado. Estas matas son particularmente útiles cuando la tierra ha sido arrasada, por ejemplo, con las fumigaciones de glifosato, como se narra en este cuento que tiene lugar en Guaviare. Se trata de una historia donde las plantas hablan y donde, a diferencia de fallos ligeros y publicitarios de las altas cortes, podríamos hablar de derechos de naturaleza. Aquí las plantas son verdaderos sujetos que se hablan y ponen de acuerdo para resistir a las agresiones. Sobra decir que esta conversación entre plantas, una optimista y una pesimista, no es un cuento infantil.
Estos y otros cuentos, como el de Popeye que no comía espinaca enlatada sino una planta más energétizante, procesada sin químicos; o el de una indígena con doctorado en ciencias aeroespaciales que decide regresar a su territorio; o la del médico tradicional que en medio de un vuelo internacional atiende y cura con tabaco, frente a una pared de espectadores escépticos, a una paciente estresada y a punto de un soponcio.
Tobón hace parte de un grupo de académic@s e intelectuales jóvenes que pasaron por los Estudios Amazónicos en Leticia, beneficiándose de las enseñanzas de Juan Álvaro Echeverri. Se me vienen a la mente Valentina Nieto, Salima Cure, Lina Hurtado, Yohana Pantevis, Carlos Suárez y otr@s que se me escapan y que, desde ya, están profundizando y diversificando nuestro conocimiento sobre la Amazonia de manera crítica dejando atrás estereotipos mesiánicos o románticos sobre el territorio y sus gentes.
Por último, este libro de Tobón se lo recomendaría a un público en general, maestros de colegio y estudiantes de secundaria, porque sus textos son cortos y contundentes, logrando tender puentes sorprendentes entre el realismo, el saber amazónico y la ficción. También animaría a leer este libro a estudiantes de antropología, para que vean ejemplos de escritura que pueden ayudar a que sus etnografías sean más digeribles y seductoras; a los ecólogos y biólogos, para que se rebajen a atraer a públicos no especializados, ni con pretensiones científicas, pero ávidos de conocimiento, con narrativas profundas y bien contadas; naturalmente también se los recomendaría a la población de origen amazónico, a aprendices del territorio y a amazonólogos, sin distinción.
Marco Tobón. Azulverde. (Manizales: Jaravela Editores, 2024).
Reseña de Germán Palacio.