RINCÓN LITERARIO
Reseña "El pergamino de la seducción" Gioconda Belli
Germán Palacio
Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM.
Gioconda Belli. El pergamino de la seducción. Bogotá, Seix Barral-Planeta, 2022.
Esta novela gira alrededor de la historia de Juana La Loca, esa reina cuya vida se despliega en el tránsito de fines de la historia medieval de Europa hacia el siglo XVI. Juana, en realidad, fue una amante apasionada y desdichada con el paso del tiempo, pero su historia es revivida a través de varias voces a fines del siglo XX, una de las cuales, imposible si no fuera por la literatura, es ella misma.
Aunque la historia de la talentosa y voluntariosa Juana no ha sido desapercibida, lo que hace a la novela interesante es la narrativa compleja que incluye a un historiador obsesionado con Juana, quien encarreta a una vivaz e inteligente colegiala centroamericana para impostar y representar a Juana, con el pretexto de que le ayude a entender al pintoresco personaje de los albores de la modernidad, hija de los célebres Isabel La Católica y Fernando de Aragón. Esta pareja es muy celebrada en la historia española y europea como quienes expulsaron a los moros de la península, completando la Reconquista, al tiempo que consolidaron el catolicismo expulsando a los judíos o forzándolos a reconvertirse y financiaron un proyecto a un genovés que se topó con un continente que se interponía entre la península ibérica y China e India en el medio del Atlántico. Ni los moros, ni los judíos, ni los indígenas de Abya Yala pudieron celebrar este acontecimiento con el mismo entusiasmo que los peninsulares. Lo cierto es que cambiaron la cara de Europa y sentaron unas bases sólidas de la historia de la globalización.
Se supone que una mujer podría entender mejor los desvelos de otra, le dice Manuel, el seductor historiador, a Lucía, la inteligente colegiala. Guardadas las diferencias históricas y asumiendo que la sensibilidad femenina podría mantener la afinidad entre dos mujeres, navegando la distancia emocional y cultural que separa los siglos, esto, quizás, sería posible. De paso, Lucía es una colegiala que estudia en un internado administrado por monjas en Madrid, con un curioso parecido físico con Juana. Manuel no sólo es un riguroso historiador, sino que quisiera enseñarle historia a la adolescente con un arsenal pedagógico imaginativo, que incluía el vestuario de la época. Se trata de un excelente profesor, a juzgar por estas argucias didácticas, si no fuera porque a ratos la metodología linda con una obsesión perversa.
Poco a poco Lucía se empieza a sentir cada vez más como Juana. Hasta aquí no habría problema, mientras no atraviese el umbral de un portal emocional al que se le empiezan a oxidar las bisagras, a salirse de quicio y a quedarse a merced de hormonas importunas.
Juana no aspiraba a ser reina, sino a ser feliz. La fortuna casquivana que se reparte de manera injusta por el mundo no pensaba lo mismo. Pero eso no se veía desde el principio. Juana atravesó su adolescencia casándose con un guapo príncipe flamenco, en un encuentro extático que los podría haber catapultado a la constelación de las estrellas del amor romántico por los siglos de los siglos como a Romeo y Julieta. Concordarán ustedes que la alianza tenía mucho potencial cuando todavía Felipe era el Hermoso y a Juana no la graduaban de Loca.
Los dos hermanos mayores de Juana murieron a temprana edad, de modo que a Juana le tocó de rebote convertirse en la heredera del trono, pero antes de eso requirió regresar desde los países bajos junto con su marido, a la tierra de sus padres, dejando atrás a un par de hijos. Juana, podría haber sido la prolífica, simplemente. Pero no; su sino la empujaba hacia páramos y enclaustramientos. Felipe no sólo era buen mozo sino alegre e infiel, por lo que la Juana, altiva y orgullosa, no era para menos si era hija de Isabel La Católica, empezó a dar una de las dos batallas de su vida que cruzaban el amor y el poder.
La princesa, joven inteligente y con una educación refinada y cosmopolita, se enfrentó a su madre que defendía a capa y espada su tierra de origen, por lo que quedó inmersa en una lucha de poder entre dos machos enfrentados a la muerte de su madre. La experiencia del aragonés acabó derrotando al ímpetu del flamenco, pero Juana, que siempre quiso creer en ambos, no contaba con que los dos podrían darle la espalda o traicionarla. Y, aunque tuvo un momento de oportunidad apoyada por comuneros, sucumbió a unos cortesanos bien entrenados para encerrarla de por vida, bajo una figura jurídica que hoy llaman casa por cárcel, en el célebre palacio de Tordesillas. La fama de insania, cuidadosamente cultivada, se popularizó, dándole a los intrigantes cortesanos encubiertos por su padre, Fernando de Aragón, la coartada perfecta: no una loca simpática sino furiosa.
Toda esta historia la contó Manuel, pero a veces se la contaba Juana a Lucía. El arrebato narrativo y la identificación de Lucía con el fascinante personaje, la puso a vivir intensamente cuando todavía era menor de edad, pero suficientemente desarrollada y hormonada, hasta el punto de que Manuel dejó de ser también simplemente el narrador y, sin pretenderlo, se empezó a sentir como Felipe, no por deseo propio sino por rivalidad y por amor a Juana.
El secreto del asunto es que el meticuloso historiador era descendiente de esos cortesanos que cumplieron a cabalidad las órdenes de Fernando: enclaustrar a Juana. Y lo hicieron con un primor tan justificado como despiadado, hasta el punto de que lograron un premio pecuniario y un lugar destacado en la historia de la infamia.
Leyendo este fascinante relato nos pasan por la mente explicaciones sobre nuestra propia matriz cultural intolerante y conservadora, heredada desde la llegada a nuestras playas caribeñas, de seres barbados y fabulosos guerreros metálicos peninsulares que cruzaron el Atlántico, cual figuras de Avengers, invencibles guerreros antiguos. Ese legado combina Inquisición, conquista despiadada y conflictuada, así como autoridad patriarcal con sus efectos directos: persecución del pensamiento crítico; racismo sobre indígenas y afros; y subordinación de mujeres. A Juana la desquiciaron; a otras las ingresaron en conventos; las que pudieron se casaron, ojalá con dote o las volvieron solteronas; y las últimas las graduaron de brujas. Juana no habría podido, ni querido hacer nada con respecto a las dos primeras consecuencias, pero quizás sí podría haber pasado a la historia no como una sometida, sino como una rebelde. Quedó como Juana La Loca, no como Juana de Arco.
Rumiando la situación, Juana piensa en su madre para afirmar que es “malhadada la situación de nuestras mujeres fuertes, pero temidas por los hombres” (pg. 365). Su fama de loca opacó el hecho de que engendró reyes y reinas: “Carlos I de España y V de Alemania; Leonor, reina de Francia; Isabel, reina de Dinamarca; María, reina de Hungría; Catalina, reina de Portugal; y Fernando, emperador de Alemania.” (pg. 391).
En mi época, transitando la década de 1960, en el colegio solíamos perder de vista la historia de Juana. Sabíamos que, primero estaba Isabel y Fernando, para pasar a Carlos V de las dinastías Habsburgos que dominaron Hispanoamérica por dos siglos consecutivos, hasta que los borbones de ancestro francés les despojaron del trono en el siglo XVIII. No veíamos que había un lapso entre los reyes católicos y los Habsburgos y no podíamos ser suspicaces sobre quienes han escrito la historia oficial española para ser contada en las excolonias de ultramar por sacerdotes que dominaron la educación, antes y después de que el dominio español fue expulsado de Hispanoamérica.
La que se cuenta en esta novela es la historia bisagra de una desquiciada. Era una época de luchas dinásticas, matrimonios cuidadosamente arreglados en función del poder, que la Revolución Francesa y las revoluciones de independencia en América en el siglo XIX ayudaron a terminar. Pero los fantasmas que dejó el legado se reviven cada tanto en la historia de América Latina.
Es cierto que algunos cambios ocurren. Poco a poco, los aparatos arquitectónicos de la guerra, llamados castillos, se convirtieron en romantizados moradas de ensueño de contadores de historias, de viajeros con armas fotográficas y complejos turísticos masivos que Disneylandia ha inmortalizado para la segunda parte del siglo XX. Juana fue sólo la historia de una figura de altísima alcurnia y majestad que hacía parte del sistema de la guerra, el saqueo y el despojo en los albores de la modernidad. Manuel convirtió a Lucía en una mediadora que le permitió comprender mejor los fantasmas ancestrales que lo acosaban. ¿Será que Lucía tendría que sufrir el mismo sino psicótico de Juana?