RINCÓN LITERARIO

Reseña "La Guerra No Tiene Rostro de Mujer" Svetlana Alexiévich

Archive of Svetlana Alexievich

German Alfonso Palacio Castañeda

Germán Palacio

Director CEPAM

Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor titular e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Honorary Fellow, University of Wisconsin. Director del CEPAM. Coordinador Red Amazónica en Cuidado de la Vida y Salud.

La Guerra No Tiene Rostro de Mujer. Svetlana Alexiévich. Penguin Random House, Colombia, 2015 (1a. Ed.)

Alrededor de un millón de mujeres soviéticas fueron a la guerra. Un grupo de ellas se enlistaron tan chicas, que alguna atestigua que durante la guerra subió un poco su estatura. Muchas tuvieron que vestirse con ropa y botas de hombres con tallas mayores. Otra confiesa que por eso le costaba tanto trabajo andar con paso marcial acompasado. Cuando fue reclutada estaba pensando lograr alguna hazaña, pero no estaba preparada para calzar botas cuarenta y dos en vez de treinta y cinco.

Este texto, de título sugerente, no es una novela por lo que podría clasificarse mejor como periodismo enfocado en filosofía de la cotidianidad bélica, digo yo, atrevidamente. Explora el tema de la participación de las mujeres en la guerra a través de numerosas entrevistas colectadas entre 1978 y 2004. Cobijadas en banderas de la Unión Soviética, esas mujeres eran rusas, bielorrusas y ucranianas, entre otras nacionalidades actuales. El libro se enfoca en la desconocida y normalmente invisible participación de mujeres en conflictos bélicos. 

Existen escasos, pero importantes, antecedentes de la presencia de esas mujeres en la guerra en el mundo antiguo, dice la Alexiévich, quien cita lo que considera el primer caso de presencia de mujeres en la era moderna en Inglaterra entre 1560 y 1650, cuando mujeres sirvieron en hospitales. Dando un largo salto cronológico, dice que, en el siglo XX, Inglaterra también las admitió en las Fuerzas Reales Aéreas, una cifra cercana a 100 mil. En Rusia, Alemania y Francia también fueron incorporadas en los ejércitos, sólo que la Segunda Guerra Mundial presenció una auténtica explosión de la presencia femenina, incluido en el ejército soviético y es allí donde su texto se va a concentrar. 

Svetlana Aliexévich dice que pretende analizar la persona más que la guerra. Las historias de mujeres combatientes del ejército soviético poco se conocen. Un punto de partida: los soviéticos de la postguerra más que hijos de la guerra eran descendientes de la Gran Victoria soviética, nos dice la escritora quien nació en 1948. Se trató de una terrible historia que cobró la vida de casi 27 millones de soviéticos, más que todos los demás países, por encima de China con 15 millones y Alemania, poco menos de 10 millones, datos corroborables con una búsqueda en internet.

Este texto es una selección organizada de su libreta de entrevistas que colecta testimonios de mujeres soviéticas que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Todas ellas eran hijas de la Gran Victoria, que es el nombre publicitario que le colocaron los soviéticos a su triunfo. Fue una victoria terriblemente costosa, pero poco reconocida en Europa Occidental o en Norteamérica en la postguerra desde que el gobierno y las elites de los Estados Unidos decidieron convertirlos en el enemigo principal, inaugurando la Guerra Fría. Por eso se suele olvidar que más de veinte millones de personas de la Unión Soviética murieron en cinco años. Quizás, como en este hemisferio somos hijos culturales de la postguerra americana y de Hollywood, más fácil recordamos el heroísmo de militares americanos. Aunque pueden ser películas muy buenas, ellas enfatizan a los héroes americanos y/o a los judíos en su holocausto. 

Se puede entender que la herencia gloriosa puso a los niños soviéticos a jugar a “alemanes y rusos”, como a los de mi generación colombianita jugamos a “indios y vaqueros”, bien influidos por los enlatados americanos de televisión con El Llanero Solitario o Bonanza a la cabeza. Quizás sobra mencionar a otras películas que catapultaron a John Wayne como un ícono que se volvió la cara visible de la National Rifle Association (NRA), que es una institución que defiende el porte absolutamente libre de armas, que financia al partido republicano en los Estados Unidos y a Donald Trump con las consecuencias que vemos todos los días de tiroteos y muertes a lo largo y ancho de ese país, líder del mundo libre, como suelen decir, en defensa de un sagrado derecho constitucional.

En la escuela, el cincuenta por ciento de la biblioteca, nos dice la Premio Nóbel, versaba sobre la guerra. Nos enseñaban a amar la muerte y a entregar la vida por algún objetivo en mayúsculas imposible de resistir. Pero lo que había en esas bibliotecas eran historias de guerras sobre hombres escritas por hombres. No obstante, las historias de mujeres son diferentes, dice la Alexiévich: tienen colores, olores, iluminaciones, imaginaciones y espacios distintos a los de los hombres. Sin embargo, algunas de ellas cargaban una narrativa religiosa: estaban dispuestas a convertirse en mártires, parecido a algunos hombres.

Aunque poco reconocidas, las mujeres fueron instructoras sanitarias, francotiradoras, tiradoras de ametralladoras, comandantes de cañones antiaéreos, zapadoras, conductoras de tractores, mensajeras clandestinas, lavanderas, entre otras ocupaciones. Algunas de ellas confesaron que durante ese tiempo aprendieron a no sentirse mujeres. Pero el ser humano es más grande que la guerra, aunque se vea obligado a producir un conocimiento especial que sólo se obtiene cuando se vive tan cerca de la muerte. Es que la autora no quiere escribir sobre la guerra sino sobre los sentimientos, una especie de historia del alma.

Los hombres permiten con desgano que las mujeres entren en su mundo bélico, su territorio nefasto. Pero la lectura del libro nos permite concluir sin atenuantes que ellas lucharon al igual que los hombres, por la Patria y la historia de la guerra fue sustituida por la historia de la Victoria. Vivíamos en una ley marcial que bien aceptábamos, dicen las mujeres entrevistadas. Tardamos en entender que la Gran Victoria tenía dos caras: una gloriosa y otra espantosa.
La Patria y la Gran Idea, así como la Victoria, fueron inspiraciones compartidas, puede uno concluir, a pesar de las diferencias entre hombres y mujeres que la Alexiévich quiere enfatizar. Es una gran narrativa que cobijaba hombres y mujeres, por parejo, uno concluye. Las diferencias vivenciales que Alexiévich enfatiza, no opacan, en mi opinión, unas coincidencias en el gran relato de la defensa de la Patria y la idea grandiosa de la creación del “nuevo hombre.” 

Pensamos en la familia, mientras luchábamos, en cuándo nos casaríamos y si nuestros maridos nos amarían. No teníamos tan claro que muchas veces los novios nos tendrían miedo, dicen algunas de las mujeres entrevistadas. Otras agregan: después de la Gran Victoria pensamos que la gente se volvería buena y que nos amaríamos. No ocurrió exactamente así. Alguna instructora sanitaria dijo en Berlín: “he venido hasta aquí a matar la guerra” (232) Es que todo se trastornó, incluido nuestro ciclo biológico (235). Contra todos los pronósticos, una de las entrevistadas dijo que “si en la guerra no se hubiera enamorado, no habría sobrevivido” (271). Comer, casarse, beber, cantar era lo que vislumbraban al fin de la guerra. 

A veces, no creo que la autora logre superar la aspiración de la típica narrativa heroica. Quizás pasa que este trabajo fue realizado entre 1978 y 2004, de modo que la Alexiévich podría estar atenta a la censura y eso se sabe porque en esta versión publicada en 2015 incluye algunos testimonios censurados en las primeras impresiones. La narrativa heroica es potente en todo caso y sabemos que en ella se han engolosinado otros triunfadores, como los americanos, y se ha proyectado en muchas películas populares. Sólo recordar Pearl Harbor (2001) para los milenials con sus galanes guapos y hollywoodescos como Ben Affleck, Josh Harynett y Alec Baldwin en donde las enfermeras son protagonistas. Quedaron atrás otras pelis famosísimas, más masculinas y cercanas a los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial contemporáneas de las que vio mi padre, tales como Los Cañones de Navarone (1961), El Puente sobre el Río Kwai (1957), Los Doce del Patíbulo (1966) o Patton (1970). 

Es muy probable que la autora no haya hecho una indagación a mucha profundidad sobre todas las experiencias de mujeres en la guerra, lo cual no era su propósito, de modo que la academia globalizada de hoy en día podría ayudar con nuevas informaciones, pesquisas y reflexiones. Hubiera sido muy bueno para la autora indagar, por ejemplo, la presencia de mujeres en la Revolución Mexicana y en lugares alejados de su zona de confort territorial que comprende las dos Europas, oriental y occidental. Proponer esto nos obliga a aclarar porque hay que distinguir entre guerras regulares con ejércitos de estados, frente a otros conflictos armados o guerras civiles. 

En este caso, los testimonios se refieren a una guerra que confronta ejércitos profesionales europeos. Pero hay algo que no corresponde exactamente a esa guerra regular. Por eso en algún testimonio, alguien dice que Hitler afirmaba que los rusos no combatían de conformidad con las reglas. Indudablemente, había mujeres, además de muchos partisanos, que no respondían exactamente la estructura y disciplina militar convencional ya que defendían palmo a palmo su territorio como partisanos. Por eso, y a pesar de la diferencia con las guerras no convencionales, algo une la victoria rusa sobre los alemanes con otras en la época de la Guerra Fría, ya que los combatientes están defendiendo y conquistando territorios cobijados todos por la misma bandera. A la hora de defender su territorio, muchas luchas se libran sin seguir estrictamente los cánones militares. 

Esta guerra es diferente al conflicto armado interno a que nos hemos acostumbrado los colombianos. Por ejemplo, es muy clara la fecha en que empezó y nítida la fecha de cierre de la Gran Victoria. Se trataba de un mundo que permitía distinguir claramente entre paz y guerra. Muy diferente a nuestro conflicto armado, sobre el cual nos cuesta saber con precisión cuando empezó y todavía, a pesar de los Acuerdos de Paz de 2016, no sabemos cuándo termina y es difícil creer en una consigna grandilocuente del actual gobierno como la Paz Total.

Es raro que en todo el libro aparezca sólo de una manera bastante marginal el caso de una violación y unos comandantes diciendo que deben castigar este comportamiento. Por cierto, el informe de la Comisión de La Verdad en Colombia ha subrayado el carácter de víctimas de muchas mujeres y de la comunidad LGBTQ+. 

En ese monumental informe publicado en 2023, se incluye un Tomo llamado “Mi cuerpo es la verdad. Experiencias de mujeres y personas LGBTQ+ en el conflicto armado. Voces que defienden y cuidan la vida.” Este volumen incluye formas diferenciadas en que el conflicto afectó a las mujeres. Constituye una parte importante del reporte porque afirma que, sin la voz de las mujeres, la verdad no está completa. Por esta razón 10.684 mujeres fueron escuchadas.

En contraste con el texto de la bielorrusa, poco es lo que se presenta como heroísmo de participar en la guerra civil colombiana y más bien se presentan las mujeres como víctimas, lo que lleva a concluir que ocurrieron actos intolerables que la sociedad no puede permitir. Se presentan mujeres variadas, que incluyen indígenas, campesinas, negras, afrodescendientes, palenqueras y mujeres urbanas. La causa no es tan noble como la que describen las mujeres entrevistadas por Alexiévich, ya que todas ellas comprenden y comparten la legitimidad de la causa contra los nazis alemanes.

En cuanto la explicación, el contraste no puede ser más claro, ya que el Informe de la Comisión de la Verdad propone que la guerra es un refuerzo del patriarcado, de una masculinidad violenta, un soporte al negocio de la guerra y un nudo ciego que no permite recuperar la dignidad. La guerra es posesión y destrucción de lo femenino y del cuidado de la vida. Lo que examina la Comisión se basa en la consideración de que las mujeres son blanco de prácticas desplegadas contra ellas. Como se ve, se trata de un punto de vista totalmente diferente al de la Premio Nóbel bielorrusa. 

Ambos puntos de vista son potentes y es arriesgado pontificar sobre cuál perspectiva es más brutal o profunda. Hace falta en el libro de Alixiévich una visión más potente de mujeres como víctimas. A su vez, hace falta en la Comisión de la Verdad, con toda la sofisticación y trabajo monumental de entrevistas colectadas en tres años, una versión en que las mujeres no sólo son víctimas sino también actrices, sujetos que deciden sus propias vidas y que, eventualmente, ingresaron a los grupos armados por decisión propia, movidas por ideas justificadas para ellas en su momento. Por ejemplo, mujeres militantes. Tal vez un trabajo más profundo sobre mujeres guerrilleras permita tener una visión más comprehensiva y comparable con la versión de Alixiévich.

En todo caso, el libro incluye un par de testimonios al final del texto, unos atisbos de posible coincidencia que no nos permite menos que condenar la guerra. Dice una francotiradora que pide que no coloquen su nombre: “En la guerra no hay olores de mujeres, todos los olores son masculinos. La guerra huele a hombre” (284). Y también dice Valentina, un enlace de partisanos: “No quería matar, no nací para matar. Quería ser maestra. Pero vi cómo quemaban la aldea… Sólo pude morderme las manos, me han quedado las cicatrices. Recuerdo cómo gritaba la gente…Las vacas gritaban…Las gallinas gritaban…Me parecía que todas las voces eran humanas” (294).

Otro testimonio de una mujer recogido por la Comisión de la Verdad dice así:

“¿A dónde fue mi muñeca, mi perro
Mis peces, los pollitos, el gato,
Mi ropa, el cucharón,
la foto de mi hijo en el Ejército
y la de mi Primera Comunión?”

Que la guerra tenga rostro de mujer no la hace mejor. Reconocer el sufrimiento de animales, más allá de los seres humanos requiere la búsqueda de una paz ambiental. Quizás uno de los problemas con el conflicto colombiano, en contraste con la Gran Victoria Soviética, es que no permite celebrar: nadie, nunca ganó; todos, siempre perdimos, es lo que pensamos hoy en día. Quizás en 100 años, con algo de distancia, nuestros sucesores digan otra cosa.

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La Guerra No Tiene Rostro de Mujer. Svetlana Alexiévich. Penguin Random House, Colombia, 2015 (1a. Ed.)

Reseña de: Germán A. Palacio, Profesor Titular, Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia.

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