Germán Palacio
Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia Sede Amazonia.
Director CEPAM
La Flor Púrpura. Chimamanda Ngozi Adichie, Penguin Random House, Primera Reimpresión, Bogotá, 2021.
Reseña de: Germán Palacio Castañeda
Este libro inicia con un mal presagio: cuando Jaja, un joven adolescente e imberbe, toma la decisión de no comulgar, su devoto padre católico le lanza un pesado misal que acaba rompiendo, con estropicio, una vitrina de la sala de la casa haciendo añicos las figuritas de la estantería, generándose desde entonces en esa casa, un ambiente crispado. Por favor díganme: ¿Qué padre no se ha enojado con sus hijos adolescentes? Sin embargo, el título del capítulo anuncia algo que podría tener un ominoso alcance: la rotura de los dioses en un Domingo de Ramos.
No son muchos los libros de autores africanos que yo haya leído. Chinua Achebe, por ejemplo, nigeriano también, es muy reconocido por su extraordinaria novela, Things Fall Apart, traducida al español como Todo se Desmorona. Contamos con otros escritores africanos importantes que no he leído, pero han sido reconocidos inclusive por haber ganado como premios Nobel tales como J.M. Coetze o Nadine Gordimer. Estoy inclinado a creer que esta falta de conocimiento de la literatura africana no es por razones de calidad, sino de otros aspectos asociados a nuestra ignorancia con respecto a África, a lo segmentado y jerarquizado del mercado de la literatura que se produce en el mundo y, seguramente también, a prejuicios asociados a un eurocentrismo colonialista que no termina de perecer y que, de alguna manera, compartimos en modalidades diversas en varias partes del mundo, incluido América Latina y África, para no extenderse demasiado
De hecho, La Flor Púrpura, es también un testimonio de los procesos de descolonización de África, particularmente desde comienzos de la década de 1960 y como resultado ralentizado de la autodestrucción europea de la Segunda Guerra Mundial que catapultó a los Estados Unidos como la mayor potencia del mundo, que logró además inventarse un enemigo formidable, pero con pies de barro, como llegó a ser la Unión Soviética.
Chimamanda Adichie, la autora, es de origen nigeriano y hace parte de la etnia que habla la lengua Igbo, una de las cuales hace parte de las principales lenguas habladas en Nigeria, el más poblado país africano con 200 millones de habitantes y una extraordinaria riqueza petrolera.
La lucha descolonial y complejos entramados de conflicto armado y gobiernos militares por la que atraviesa la joven nación es el contexto en el cual se desenvuelve la novela narrada a través de una joven adolescente. Ese trasfondo es el de una historia salpicada de aspectos religiosos y políticos, pero también culturales, ambientales y gastronómicos.
Una vez Kambili, la protagonista a través de quien fluye la narrativa, nos presagia en el primer capítulo el desmoronamiento del Dios de Eugene, su padre, el texto avanza regresándose en el tiempo para contarle a los lectores cómo llegó a ocurrir semejante estropicio.
De este modo vamos comprendiendo que el padre de Kambili y Jaja, su hermano, es no sólo un exitoso y opulento empresario, sino un católico fanático, entrenado por misioneros dogmáticos estrictos, que exige de sus hijos el más rígido comportamiento, que incluye el más alto desempeño en la escuela so pena de recibir castigos físicos crueles e inolvidables. Su padre no puede permitirles no ser sino los primeros estudiantes en sus respectivos cursos.
La historia de los chicos adolescentes sufre un cambio radical cuando viajan a convivir en una casa modesta con la tía Ifioma, la hermana de Eugene, y su familia, muy cerca de la universidad pública de Nigeria donde se desempeña como docente. No sólo se respira allí alegría, que contrasta con la gélida solemnidad impuesta por su padre, sino el ambiente de jolgorio se ve enriquecido por la preparación y consumo de alimentos propios de la región, lo cual es una oportunidad para experimentar una vida no regida por una planeación rígida de actividades bajo la disciplina pretoriana de Eugene.
Aunque en la novela hay una variedad de alimentos nuevos hay otros que nos son familiares para los habitantes del neotrópico americano. Uno que me llamó poderosamente la atención, no por desconocido, sino por el gusto que le profesan y su uso reiterado, es el ñame, muy apreciado no sólo en la costa Caribe, sino también por indígenas amazónicos, probando la gran versatilidad cultural de este tubérculo. De este modo, la novela, en algún sentido, tiene también cualidades etnográficas sobre la vida Igbo en Nigeria.
Acostumbrada a obedecer a su padre y a seguir estrictamente el horario, Kambili, una chica tímida, le cuesta trabajo al principio acomodarse a la vida en casa de Ifioma, su alegre y festiva tía, azotada por la lengua despectiva, aguda y burlona de su prima Amaka quien la tiene encasillada en un estereotipo de niña rica y malcriada. Su desconcierto llega a tal punto que le es imposible defenderse, y por más que lo intenta, no logra que de su boca salga una palabra de respuesta ante los dardos filudos de su prima. Al contrario de lo que Amaka piensa, Kambili es una chica dulce y sencilla, pero completamente encasillada en la disciplina pretoriana que su padre ha impuesto.
La novela está cargada de personajes paradójicos y Kambili es sólo uno de ellos. Por ejemplo, Eugene, el padre, se ha enfrentado al gobierno manejado por militares, y a diferencia de otros empresarios, ha tenido el valor de confrontarlos y poner su periódico, el Standard, al servicio de las denuncias de los atropellos cometidos por el gobierno. Esta actitud es alabada por algunos de los sacerdotes en los sermones domingueros, al tiempo que se hace acreedor a premios de reconocimiento por su labor en materia de defensa de derechos humanos. Sin embargo, esta actitud humanitaria se contrasta drásticamente con su sentido de la educación al interior de su familia. Su talante ético hacia sus conciudadanos, no se aplica a la forma como corrige a sus hijos y al trato que le da a su propia familia. No percibe que esa educación que imparte es un verdadero régimen de terror que incluye la tortura para sus hijos. Su sentido de humanidad social se acompaña con la más escalofriante y sádica práctica de violencia intrafamiliar.
Su esposa Beatrice, para dar otro ejemplo de personajes de doble faz, quien vive con pánico por la posibilidad de que su marido consiga otra mujer ya que no puede procrear más hijos, cosa que no ocurre por las creencias católicas de Eugene, aguanta con amargura y silencio el maltrato hacia sus hijos, pero es quien finalmente, en medio de circunstancias improbables, lo asesina.
Jaja, el hermano de Kambili es un chico sencillo y tierno, quien trata de sembrar y cuidar flores púrpuras, protege a su hermana frente a su padre asumiendo culpas por acciones que él no cometió, inclusive atribuyéndose el asesinato de su padre para encubrir a la madre, lo cual lo lleva a la prisión, mientras crece en él una conciencia anticolonialista.
Kambili, poco a poco va saliendo de su cueva emocional y construyendo una mejor relación con su prima, al tiempo que va creciendo un amor platónico con un misionero, el padre Amadi, que le permite autodescubrise como una hermosa adolescente que por fin sale de su ensimismamiento y encuentra nuevos referentes para re-elaborar y transformar la estricta educación de su padre.
Quizás la figura más tierna y añorable, fuera de los dos chicos adolescentes es la del abuelo, sobre quien su padre considera simplemente un pagano y por eso prohíbe a sus hijos compartir con él. Ifeoma, la tía, quien también fue educada por misioneros, ha desarrollado una ideología nacionalista y anticolonial sin renegar de su religión, lo cual nos permite entender que ve a su abuelo de otra manera, no como un pagano sino como un tradicionalista que todavía atestigua la sobrevivencia de una cultura ancestral.
El capítulo final se amarra de manera apresurada, para mi gusto, con la tristeza de no saber que la suerte haya favorecido la vida de un chico tan noble y generoso como Jaja, de quien no alcanzamos sino a intuir que quizás en algún momento habrá salido de la prisión.
Al igual que algunos de los protagonistas de esta historia, Chimamanda Adichie, la autora, crece literariamente en los Estados Unidos donde ha alcanzado el éxito y vive entre Estados Unidos y su patria Nigeria, que continúa convulsionada por conflictos internos, lo que incluye el accionar del pavoroso grupo armado Boko Haram, encargado de realizar secuestros masivos de niñas y adolescentes que hemos visto por noticieros internacionales. Adichie es una prueba de que Nigeria, entre otras cosas, no solo tiene una biodiversa cultura, una formidable riqueza petrolera y un fútbol sensacional y vertiginoso, sino que produce también grandes escritoras.
La Flor Púrpura. Chimamanda Ngozi Adichie, Penguin Random House, Primera Reimpresión, Bogotá, 2021.
Chëvere la reseña. Toca ver la película.