RINCÓN LITERARIO
Reseña La historia de Helena: “La hija de la sangre y selva” Carolina Poveda Rangel
Germán Palacio
Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM.
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La historia de Helena: “La hija de la sangre y selva”. Carolina Poveda Rangel (Ed. Nomos, 2023).
La autora nos introduce en una historia novelada del conflicto armado en la Amazonia colombiana. Transcurre en el departamento de Putumayo, pero se enfoca frecuentemente, cuando los personajes llegan al borde de la selva, en el municipio de Puerto Leguizamo, en la parte más oriental del departamento, donde ella vivió por un par de años.
Si ese es el escenario donde se localiza buena parte de la novela, es difícil precisar la temporalidad que podría decirse que transcurre durante tres décadas, posiblemente, desde el siglo XX tardío hasta la primera década del siglo XXI. No parece extenderse hasta el período de negociación del gobierno Santos con la guerrilla de las FARC, entre 2010 y 2016, por lo cual podría insertarse en el período largo que va desde el gobierno de Samper, Pastrana y el doble período del ex presidente Uribe. Aún así, el contexto es difuso porque no se perciben acontecimientos notables y memorables como el despeje del Caguán y no se sabe si la entrega de los frentes que describe la autora al final del texto, de verdad ocurre en el Putumayo o en otro lugar del país. Podría este no ser un punto de discusión ya que en la bandera del libro se dice algo que sabemos, pero los editores prefieren subrayar: “Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, incidentes, organizaciones y diálogos (…) son producto de la imaginación de la autora o han sido utilizados de manera ficticia”. Podría haber una interpretación estricta de esa advertencia, pero podría pensarse que quiere decir algo más ligero, que lo contado no se adecúa con fidelidad a los acontecimientos efectivamente ocurridos durante el conflicto armado.
Es difícil aceptar fácilmente esta aclaración en sentido estricto cuando los cruentos eventos que narra la autora se sienten todavía, no sólo en las víctimas de una guerra no declarada, pero tan cruenta por lo mismo, sino en la actualidad de la vida cotidiana de los colombianos, con grupos sanguinarios que pululan, bandas criminales estimulados por las pingües ganancias del narcotráfico, disidentes de distinto pelambre y una guerrilla longeva que ya no logra legitimarse en el imaginario colectivo aduciendo razones justificadas en propósitos de enderezar entuertos de raigambre social y político. Tampoco es tan fácil aceptar esa ligereza, cuando la autora cita en ocasiones a la Comisión de la Verdad, una de las tres instituciones clave de los Acuerdos de Paz con las Farc, junto a la JEP, Justicia Especial para la Paz, y a la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. Algo de realismo reclama el libro, cuando, de manera interesante coloca evidencia y soporte en formato de QRs para insertar noticias que dan efecto de veracidad a varios de los acontecimientos narrados en el libro, una forma novedosa de evitar notas de pie de página.
Se trata de una novela que resalta imaginarios y personajes indígenas: Naby, nombre original, trocado por Ana cuando es reclutada por la guerrilla; Remigio, nombre original, cambiado por Abel, en las mismas circunstancias; el Taita, abuelo-chamán, un ser humano al comienzo del libro, que vive en un jaguar durante el resto del libro. Se trata de un jaguar o tigre mariposo, figura mítica, totémica, del clan del abuelo, un ser espiritual y material, la representación del bien que tendrá que enfrentarse con el mal, un jaguar-pantera. El libro también trae otro personaje mestizo, Helena, hija de Ana y de un padre de alcurnia secuestrado por la guerrilla. Naby y Remigio son reclutados por la guerrilla en un momento de su adolescencia, siendo amigos entrañables, pero novios clandestinos, para poder sobrevivir, sin los estímulos libidinosos que son la base que facilita pasiones arrebatadas de amores cuando no son filiales.
El elenco continúa con algunas figuras desagradables, de esos que a uno poco le importa lo desafortunado que le ocurra, como el comandante Clemente, el líder guerrillero que no sólo secuestra a menores de edad, sino que somete sexualmente a Naby desflorándola y colocándola en una situación de cuasi-esclavitud. Y, cuando Abel, quien se supone que cae liquidado en un bombardeo, deja abandonada a su propia suerte a Naby o Ana, ella, en medio de su desconsuelo, por lo cual el comandante la encuentra temporalmente inservible para saciar sus instintos, la envía a cuidar a un estudiante de Derecho, secuestrado. Fernando López Estrada es un joven proveniente de familia poderosa, cuyo mayor delito no es ser un facho desalmado sino ser hijo de un magistrado de las altas cortes del país.
Cuando Ana, después de servir de amable carcelera de Fernando, es regresada a las garras de Clemente, le confiesa que está embarazada, pero no de quién, por lo que eventualmente escapa para huir del cruel cancerbero y para entregarse al Ejército en el municipio de Puerto Leguízamo, bien conocido en Amazonas y Putumayo como Puerto lejísimos. Ella logra evadirse con el sabio acompañamiento y felino espíritu de su abuelo. Muere salvando a su bebé, Helena, quien a la postre es adoptada por el comandante de la base militar. A Helena no le va tan mal como a su madre porque el militar acaba convirtiéndose en General de la República al cabo de un par de décadas, lo que le facilitará estudiar en los mejores establecimientos educativos, incluido alguno en los Estados Unidos. Naby o Ana, su madre, sufrió lo indecible, pero la hija resultó con estrella y hadas madrinas protectoras.
Cuando sus padres putativos, el general y su esposa dadivosa y más dulce que la miel, le proponen que se matricule en la universidad en los Estados Unidos, a sus dieciocho años, Helena logra sorprenderlos porque ha tomado la determinación improbabilísima de regresar a su patria y enrolarse en el Ejército. Regresa a su país, en contra de la prudencia y los buenos consejos parentales, en una situación que ellos, a la postre, acaban aceptando. Era el comienzo del regreso a sus orígenes en el Putumayo, a una zona de candela. Esa ruta meándrica que el destino le tenía preparada, no sólo le reconfirmará que el general y su esposa eran sus padres de las vueltas de la vida, pero no sus progenitores de sangre, descubriendo, poco a poco, que en el Putumayo yacían sus orígenes sanguíneos y ancestrales. Antes de que encuentre los detalles de la verdadera historia de su madre descubrirá que su padre dejó de ser un lúcido y apuesto estudiante de Derecho, para convertirse en un encumbrado sacerdote cuya misión de vida sería ayudar a cristalizar la paz en su país.
Establecidos los acontecimientos epidérmicos, aquellos eventos principales con los cuales el lector está preparado para enrumbarse sobre el nudo del cuento y hacia el despeñadero del desenlace, es hora de entender la problemática de fondo que la autora propone. Se trata de una narrativa de combate entre el bien y el mal, que en términos institucionales es una confrontación entre el Ejército y la guerrilla, pero en términos espirituales indígenas, no cristianos, es la lucha entre el jaguar y la pantera. Esto ocurre en una selva que no debería ser una cárcel, sino un hogar, pero que otros humanos, gente de candela, digo yo, la han convertido en un infierno.
Visto sólo como ficción, quizás casi todo vale y el apego a la realidad podría sobrar. Es evidente que, en la actualidad, hay una corriente de pensamiento que rechaza las visiones negativas sobre los indígenas, las cuales tienen un arraigo antiguo en el siglo XVI, en el debate entre Ginés de Sepúlveda, quien los acusaba de malvados y caníbales, entre otras características y Fray Bartolomé de Las Casas, que los consideraba que tenían alma como para entrar en el reino de los cielos. La autora de esta novela es cercana a esta visión, pero más allá de la espiritualidad bíblica les concede una espiritualidad propia.
Para la autora, los indígenas parecen ser sólo víctimas en un conflicto entre el bien y el mal que ya hemos establecido anteriormente. El problema de esta visión que, a veces, ciertos militantes indigenistas y unos pocos líderes indígenas le hacen propaganda, es que tiende a despojarlos de subjetividad y agencia propia en un proceso de construcción política autónoma. El negocio, así las cosas, es pedirle al Estado y a las instituciones porque son víctimas de los acontecimientos, pero no son quienes toman las decisiones sobre su propia vida. Este reconocimiento de justicia social que debe recibir elogios y que ellos han logrado conquistar desde fines del siglo pasado a través de la Constitución de 1991, y en los procesos de paz recientes, tiene la faceta problemática de estimular las tendencias o inclinaciones hacia la autovictimización. Estoy dispuesto a recibir rayos y centellas de mis amistades y colegas que tanto han dedicado a buscar la paz, por expresar esta inquietud poco popular entre jóvenes de las resistencias y entre la izquierda reconvertida que por mucho tiempo pensó, siguiendo a Marx, que los indígenas eran un grupo social mandado a recoger, como parte de una sociedad precapitalista que merecía morir.
Lo sorprendente de Helena, hija de madre indígena, es el increíblemente afortunado encumbramiento de sus padres adoptivos: el uno, general de la República y el otro, príncipe de la Iglesia; sí, el cardenal más joven del país. Una casualidad de cuento de hadas. No creo que la autora se pueda resguardar de las críticas por esta inverosímil coincidencia escudada en el obsolescente y maltratado realismo mágico, sino en un artificio contemporáneo romantizado, que podría proliferar en escritores novatos de buen corazón matriculados en cursos de escritura creativa.
Es que resguardarse en que se trata de una obra de ficción y que la autora puede narrar lo que quiera, como quiera, hace poco creíble algunos de los nodos del texto. Por ejemplo, Helena, de dieciocho años, educada en excelentes colegios de Estados Unidos decide enrolarse en el Ejército colombiano en contra del parecer del general y su esposa, lo que suena bastante estrambótico, si no existen más explicaciones. En la época difusa que la novelista narra su historia no es la más brillante de las fuerzas de seguridad colombianas. Esa época está plagada de infamias, tales como masacres de labriegos y grupos sociales campesinos, bombardeos y fumigaciones de poblaciones inermes, encubrimiento de la acción terrorista de grupos paramilitares, alianzas con traquetos despiadados y falsos positivos, apostándole a tratar como bobos a los colombianos con explicaciones que justifican desafueros tales como que la culpa la tienen algunas manzanas podridas. Me pregunto: ¿por qué una chica, favorecida por la rueda de la fortuna, abandonaría el futuro promisorio que con generosidad se le presentaba y se enrolaría en el Ejército llevando la contraria a sus padres putativos, que tan bien se habían portado con ella, para meterse en una guerra descompuesta, de ideales deteriorados o diluidos? Eso no puede pasarse con ligereza porque así no funciona una buena trama y porque tampoco ayuda a profundizar nuestra comprensión del conflicto armado colombiano.
Que esa historia insólita pueda pasar, hay que reconocer que sí puede ocurrir en este mundo rocambolesco de cambalache, pero requiere más explicación para ser creíble. Aun así, es interesante que una autora, en su primera novela, afronte narrativamente en este formato el conflicto bélico en la Amazonia. Después de las ya clásicas y centenarias Vorágine y Toá estamos necesitados de novelas de amazónicos o sobre la Amazonia, más que declaraciones grandilocuentes que se proponen salvar la Amazonia. Vale la pena resaltar un texto reciente y bastante interesante que tiene formato literario, pero se lee en poesía y prosa o como cuentos y lleva como título Amor y Guerra en el Amazonas, del caqueteño Jorge Pulecio (Planeta, 2015). Tiene el mismo tema que el que aquí nos ocupa, pero sin los estereotipos que encontramos en la Historia de Helena. A los queridos lectores les sugiero que lean los dos, La Historia de Helena y el de Jorge Pulecio, ambos fáciles y rápidos de leer. Cuando lo hagan, comparen y nos cuentan: www.pensamientoamazonias.com