Rincón Literario
Reseña “Los nombres de Feliza”
Juan Gabriel Vásquez

Germán Palacio
Abogado e historiador. Doctor en Historia de Florida International University. Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia. Director del CEPAM.
Estamos acostumbrados a unas tramas delicadas e intrigantemente tejidas cuando leemos los textos de Juan Gabriel Vásquez. Este libro no es la excepción, pero tampoco, con la trayectoria que le reconocemos, posiblemente sea su mayor cualidad. En mi opinión lo más importante se ubica en otro lugar. Este libro trata sobre la vida de Feliza Bursztyn, una de las mejores escultoras de la historia de Colombia, quien fue pionera en el país de lo que se conoce como instalaciones, formato que presenta la obra en un contexto y pretende, normalmente, interactuar con el público como arte conceptual.
En anteriores trabajos, por ejemplo, Volver la vista atrás, Vásquez nos ha recreado la vida de personajes destacados del arte y la cultura de manera novelada como es el caso del cineasta y embajador colombiano en China, Sergio Cabrera. Al igual que en este caso, Vásquez nos ayuda a entender nuestra historia situándola en la cotidianidad y vicisitudes de figuras no tan reconocidas. En ambos casos, Vásquez resalta peripecias de la vida de personajes colombianos con conexiones cosmopolitas y penetra en sus cavilaciones y desafíos vitales que desbordan la anécdota individual y nos revelan nuestra propia historia. Este rasgo narrativo de historia contemporánea es, tal vez, lo que más me gusta de este trabajo.
Feliza, de origen judío polaco nació en Bogotá antes de la Segunda Guerra Mundial, por lo que se cría en el contexto colombiano, mojigato y católico de una época que pretende dejar atrás, sin lograrlo. Vivió, buena parte de su vida, encuadrada dentro de la hegemonía reaccionaria cultivada con primor por la Iglesia y el partido conservador desde 1886 y que fue plasmada en una Constitución centralista, confesional y de longevidad centenaria. Debido a que el alma de Feliza era instintivamente irreverente, su tránsito por esa vida colombiana es incómodo, pleno de fricciones, en medio de una sofocante atmósfera política, social y cultural. Este entorno culturalmente opresivo no se puede atribuir exclusivamente al medio colombiano, sino que no difiere tanto del que se respira en la comunidad judía de la época. Para hacerse una idea de ella, es útil revisar la novela de Azriel Bibliowicz, El rumor del Astracán, ya que la heroína de esta novela transita en ese entorno, más bien tóxico.
En la postguerra mundial y apenas configurándose la “Guerra Fría”, este contexto de Feliza, todavía infantil, pasará por el asesinato en Bogotá del más importante líder populista de la historia del país, Jorge Eliécer Gaitán, lo que cambió la historia de Colombia y la de Bogotá, abriendo una caja de Pandora que algunos pensamos que se debería haber cerrado en 2016 con los Acuerdos de Paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC. Utilizo el adjetivo populista no en mal sentido como a veces suelen usarlo hoy en día politólogos y gente neoliberal de bien.
Luego, en su juventud, Feliza pasó por la dictadura militar de los años 50s, y enseguida pasó por la repartición del ponqué entre los dos partidos tradicionales, el liberal y el conservador, cuando se creó el Frente Nacional. Era una época de convulsión mundial de los años 60, cuando la aspiración revolucionaria inflamada desde Cuba, atravesada por el París de mayo de 1968 y por las luchas por la paz, contra el racismo y los derechos civiles en los Estados Unidos, inspiraría a muchos jóvenes latinoamericanos.
Pero Feliza no fue revolucionaria en ese sentido latinoamericano que lindaba con lo guerrillero. Es, más bien, una mujer irreverente frente a la cultura conservadora que dominaba el país, dentro de un régimen político que decidió, en un momento dado, confundir una cosa con la otra. Como si la lucha política antisubversiva fuera lo mismo que la lucha de transformación cultural o como si los transformadores culturales fueran solamente un arma encubierta de la subversión. Grave confusión, no de Feliza, sino del régimen de democracia restringida, combinada con Estado de Sitio anticomunista que dominó el país por muchas décadas en la postguerra mundial.
Para contar la historia, Vásquez no sólo se aproxima a la época que en suerte le tocó vivir a Feliza, sino que indaga sobre sus ancestros de origen judío, sus padres y sus maridos. Cuando abandonó a Larry, su primer marido, y a sus tres hijas, su padre declaró su muerte moral, compungido por el prestigio familiar derrumbado al interior de la comunidad judía. Después de procrear muy joven tres preciosas chicas, se separó siguiendo el llamado de su vocación artística y acabó enganchándose con un brillante poeta colombiano, Jorge Gaitán Durán, con quien convivió en París hasta cuando un infortunado accidente aéreo se lo arrebató.
Años después, de nuevo, el amor le hizo un guiño que la empató con un ingeniero ambientalista, Pablo Leyva, quien la acompañó hasta su muerte. En este último período no sólo tuvo que enfrentar los rasgos culturales que sobrevivían, antes de que la narcocultura pusiera todo patas arriba en el país, sino que la suerte que la había acercado por las vías artísticas a la izquierda colombiana y latinoamericana, la convirtió en foco de persecución de la alianza bipartidista de derecha en que se reconvirtió el régimen político colombiano, en ese momento liderado por Julio César Turbay.
Vásquez, cuando rondaba por sus veinte años, empezando el año de 1982, leyó una nota de García Márquez que decía que Feliza había muerto de tristeza. Eso no sólo le intrigó, sino que fue el anzuelo que enganchó la idea de escribir una historia sobre la tal Feliza, sin que en ese tiempo Vásquez dimensionara el importante papel artístico en materia de escultura que ella significó para Colombia. Algunas de sus más reconocidas esculturas son La baila mecánica, Homenaje a Gandhy, Histéricas y Soldando locura, entre otras. Escribió Feliza también el Elogio de la Chatarra. Como Feliza escogió un tipo de escultura que se basada en el uso creativo de la chatarra. Por eso, no puede dejarse de lado el efecto letal de un enemigo sutil y relativamente silencioso: haber respirado por mucho tiempo los vapores de soldadura. Controvirtiendo a García Márquez, en mi opinión, Feliza no sólo murió de tristeza.
Alguna distinguida observadora ha criticado el libro, sugiriendo que su título no debería ser Los nombres de Feliza, sino los “hombres de Feliza”. Se trata de una crítica innecesaria e injusta. Como he tratado de mostrar, las conexiones familiares y amorosas de Feliza son claves para comprender su historia personal, pero sus amoríos responden a una búsqueda de sí misma.
Una de las virtudes de Vásquez es entrelazar historias de personajes, no siempre bien conocidos con las historias de Colombia en contextos supranacionales. Feliza, vive en Nueva York y también estudia en París y exhibe sus obras en Cuba y México, por mencionar cuatro lugares por los que peregrina, pero podría ser como la abuela de varios de los lectores de Vásquez.
Ahora, apreciados lectores, les propongo que se imaginen a su abuela, no sólo como la linda y tierna señora que elabora el mejor arroz con leche en los domingos cuando toda la familia va a visitarla sino una abuela irreverente para su época, tratando de sacar adelante su propia personalidad y buscando un espacio autónomo de afirmación en el mundo. No sólo se requiere de irreverencia sino también personalidad y valentía para lograrlo. Cometer errores no sería una casualidad en una vida en que ella tendió a maximizar los riesgos. Por eso, insisto que la mayor cualidad de este libro es la habilidad de Vásquez para urdir buenas historias, armando los rompecabezas de las vidas de los otros para contarnos al mismo tiempo nuestra propia historia.
Concluyo que es mejor, como colombiano, enorgullecerse y celebrar la vida de Feliza que memorizar que Julio César Turbay fue presidente, que es lo que preguntarían a los estudiantes en deprimentes exámenes de Estado. Puedo imaginar también que la ingeniería química se despose con la chatarra y el ingeniero con la artista. Pero quizás Feliza era tan llevada de sus ideas, que el ingeniero ambientalista no tenía la opción de contrarrestar el peligro de respirar permanentemente gases de soldadura ya que nadie hubiera podido convencer a Feliza que su pasión por la chatarra la iba a matar joven. Tampoco a ella le hubiera importado porque seguro creía que era más importante legarnos a generaciones futuras unas obras de arte como sólo ella hubiera construido, que al fin y al cabo fueron testimonio de su vida rebelde y de muchos de su generación, sin pasar por la guerrilla. Pero fue por eso por lo que tuvo que salir del país, de modo que al efecto nocivo de respirar gases intoxicantes tuvo que agregarle la tristeza del expatriado y perseguido político.
Leticia, 10 de febrero de 2025.

Juan Gabriel Vásquez. Los nombres de Feliza (Bogota: Alfaguara, 2024).
Reseña: Germán Palacio, Director Centro de Pensamiento Amazonias, CEPAM.